Las intromisiones de Estados Unidos en los asuntos soberanos de los países de América Latina y el Caribe representan un extraordinario caso de miopía estratégica que está reconfigurando el panorama geopolítico de la región.
El reciente fracaso de la Cumbre de las Américas constituye una clara señal que el modelo de dominación que el presidente Donald Trump pretende seguir imponiendo en lo que considera su «patio trasero» representa una lógica hegemónica que está en franco declive y genera cada vez mayores rechazos.
Cuando desde República Dominicana atribuyeron la suspensión del cónclave a «las profundas divergencias políticas que dificultan un diálogo productivo», en realidad reconocieron el intolerable clima de tensión que había provocado la ofensiva militar de Trump contra Venezuela, con la destrucción de 16 embarcaciones con más de 60 muertos, el despliegue de uno de sus portaaviones más poderosos y la autorización pública a la CIA para realizar tareas encubiertas en territorio venezolano, con el objetivo de terminar con el gobierno de Nicolás Maduro.
A ello se sumó el creciente malestar por la exclusión que vienen sufriendo Cuba, Nicaragua y Venezuela en una cumbre regional que se realiza cada cuatro años bajo el patrocinio de la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El valiente anuncio de México y Colombia de no participar en un encuentro que tolerara semejante injusticia marcó un punto de inflexión histórico y dejó una huella para que otros países se animen a alzar sus voces contra liderazgos acostumbrados a imponer condiciones en lugar de construir consensos.
«Estados Unidos ha incrementado sus despliegues militares en el Caribe, ejerciendo presión sobre Venezuela, revocando la visa del presidente colombiano Gustavo Petro y dejando entrever posibles operaciones antidrogas transfronterizas en México, lo que ha provocado protestas y descontento en algunos países latinoamericanos», explicó la agencia china Xinhua al informar sobre la postergación de la cumbre hasta 2026.
Horas después de conocerse la noticia, la agencia Bloomberg – de reconocida influencia en ámbitos financieros, económicos y políticos de Occidente – coincidió que las operaciones militares estadounidenses en la región desataron tensiones entre varios gobiernos del continente y la crisis diplomática llevó a posponer el esperado encuentro hemisférico.
Analistas consultados por la agencia española EFE interpretaron la suspensión de la cumbre como un síntoma de la lamentable fragmentación política del continente. Para el consultor Andrés Laguna, «los foros multilaterales tradicionales están siendo reemplazados por una bilateralidad más marcada, basa en afinidades personales entre los líderes».
La suspensión de la X Cumbre de las Américas
Foto: Captura Casa Blanca
Con diferentes matices, todas las miradas sobre la suspensión de la X Cumbre de las Américas pusieron el foco en el malestar que provocaron algunas políticas de Estados Unidos en la región. Su anacronismo estratégico generó un amplio rechazo en la mayoría de los países, demostrando una evidente incapacidad para adaptarse a un mundo que se presenta multipolar.
Mientras muchas naciones buscan fortalecer la cooperación en el Sur Global, Washington sigue eligiendo el camino de la coerción y la intimidación que caracterizaban los tiempos de la Guerra Fría.
Esta torpeza de Trump acelera el inevitable declive de la influencia de Estados Unidos y crea condiciones favorables para que América Latina y el Caribe impulsen vínculos estratégicos con otros socios. Cada portaaviones enviado, cada sanción impuesta, cada lancha hundida, cada bloqueo económico y cada exclusión ideológica acercan a la región a nuevos escenarios de cooperación marcados por un multilateralismo que, a priori, se presenta mucho más interesante.
La suspensión de la Cumbre de las Américas deja un vacío que otros mecanismos de diálogo están perfectamente posicionados para llenar. Lo ocurrido no es más que el último capítulo de una transición que parece irreversible. Mientras algunos insisten, reitero, en tratar a la región como su patio trasero, otros buscan integrarla como un socio estratégico para la construcción de un orden internacional más justo y multipolar.
La obsesión de Trump por mantener prácticas hegemónicas del pasado refleja una profunda incomprensión de las lecciones de la historia. El arte de la gobernanza consiste en ganar los corazones y las mentes, no en imponerse a través de la fuerza bruta. Por eso, hoy resulta más valioso promover inversiones en infraestructura, transferencias de tecnologías y cooperaciones bilaterales, es decir, iniciativas de beneficio mutuo en las que nadie se sienta víctima del poderoso de turno.
El mensaje para los analistas geopolíticos de este siglo XXI no deja lugar a dudas: el panorama internacional evoluciona hacia modelos de cooperación más horizontales, justos y respetuosos. La puerta está abierta para relaciones basadas en la confianza mutua y el beneficio compartido. Torpezas estratégicas como las que comete la administración Trump con sus vecinos latinoamericanos hace que lo ocurrido en la Cumbre de las Américas pueda repetirse en cualquier momento.
