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Siempre dijiste que ibas a militar hasta el último día y has cumplido

Siempre dijiste que ibas a militar hasta el último día y has cumplido


«La muerte es sólo un niño de cara triste, un niño sin motivo, sin miedo, sin fervor» (Mario Benedetti). El Pepe, una y otra vez mencionó al poeta, recreando aquello de «compañero, usted sabe que puede contar conmigo».

En los ’70, al Comandante Facundo alguno lo llamaba «El Faro». Hace unas semanas, llorando la ausencia anticipada, un grupito de la barriada La Teja, sostuvo un trapo pintado a puño. “¡Esta barra te abrazará hasta el final, Pepe querido! Siempre nos dijiste que ibas a militar hasta el último día. Has cumplido”.

Siempre fue el Pepe. José Alberto Mujica Cordano, que este martes 20 hubiera cumplido 90 ahora descansa al lado de Manuela, su perra, bajo la sombra de un timbó en su chacra de Rincón del Cerro, ahí nomás de Paso de la Arena, su tierra natal. Lucía Topolansky, su «maravilloso hallazgo de la vida», desde 1972 cuando se conocieron entre clandestinidades y fierros, volverá a estar sola como en los tiempos de la cárcel oscura. Ya no discutirán fiero de política, ya no le preparará una pizzita, ya no se sentarán juntos a mirar fútbol. «La única adicción válida es el amor», dijo una vez y la miraba con la ternura de lo implacable. Ternura. Sola en la pequeña casa con techo de cinc, calefacción a leña, la radio siempre encendida, biblioteca desbordante. Rodeada de las cinco hectáreas que él donó cuando era presidente, para un comedor y un galpón donde fabrican elementos para la construcción de viviendas.

Se anticiparon al tiempo, Jaime y la Negra, cuando pergeñaron «Si me voy antes que vos»: “Si es así que está dispuesto / quiero que tus noticias, hablen del aire y del sol / Y que siempre recuerdes / Lo que dijimos un día / Que cada vez que te ríes / Río contigo, mi amor”.

“Si tú murieras, las estrellas perderían el camino, ¿qué sería del universo?” (Eleuterio Fernández Huidobro). Cuando murió el tupa con quien compartió cárcel y gobierno, el Pepe dijo: “Se fue mi hermano, hasta siempre, compañero”. Podrían reincidir en la frase sin ser percibidos.

Siempre cerca de la polémica, adosado a las ideas. Siempre cerca del pobrerío que lo idolatra. Mientras le dio el cuero se subió al tractor y anduvo por su chacra «a ver si los girasoles están prontos». Desbordaba de visitantes: les ofrecía sillas desvencijadas, sea un rey, un presidente, un adversario, un periodista argentino que jamás olvidará la ocasión. El día en el que le susurró: «Nunca hay que dejar de ser libre». El Fusca por el que rechazó fortunas estaba ahí nomás.

Se autocalificaba como exguerrillero, político y agricultor. Hijo de Demetrio, vasco, campesino, pobre, y de Lucy, una tana «muy dura». Un tío dictador, otro «blanco» que lo hizo del Partido Nacional: fue secretario general de juventud y cruzó al PS, se hizo más castrista y formó Unión Popular. Tenía 28 cuando saltó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Poco después, la clandestinidad. «Una generación que pensaba que iba a cambiar al mundo. Teníamos fe. No convicciones, fe». Se jugó el pellejo. Una cárcel extrema de casi tres lustros, incluidos tres años en un pozo, sin movilidad. «El síntoma de vida eran ranitas a las que alimentaba con miguitas. ¿Sabés que las hormigas gritan? Las ponía en el oído para entretenerme». Se comunicaba con morse o estornudos. «El sol fue saliendo de a poco. La primera vez, lo sentí hasta las lágrimas». Seis cicatrices de bala. Cuatro detenciones, tres escapes, el último de Punta Carretas: hoy es un shopping lujoso que oculta espectros. Allí estuvo junto a Raúl Sendic, Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof, Henry Engler, Julio Marenales Sáenz y el Flaco Zabalza Waksman.

«Hay personas que nacerán y volverán a morir, y otra vez volverán a morir y a nacer. Nunca dejarán de nacer. La muerte es mentira» (Eduardo Galeano). Ante la ida del escritor, dijo el militante: «Con la sensibilidad de un poeta y un buscador de verdades ocultas, anduvo trotando por la América más sufrida».

La libertad y la democracia: fundó el Movimiento de Participación Popular, ingresó al Frente Amplio, tuvo épicos debates de profundo respeto, con el general Líber Seregni Mosquera, milico democrático y popular, antiimperialista. Fue ministro de agricultura de Tabaré Vázquez. El MPP, su 609, lo catapultó a la presidencia en 2010 y que promovió hace unos meses a Yamandú Orsi. Sin corbata y con tarros embarrados. Estrafalario y frontal, campechano, convencimiento implacable, empecinado pendenciero, con la ética de la sobriedad. Reformó el Estado, generó derechos, redujo diferencias, fue criticado por oponerse a la anulación de la controversial Ley de Caducidad.

Nunca fue políticamente correcto (si lo habrán sufrido los Kirchner). Sí un obstinado componedor. Dejaba el rencor para «los engreídos o los idiotas». Alabado y criticado por propios y extraños. Endurecía el gesto, levantaba su dedo arrugado, entrecerraba los ojos achinados y peleaba. O decía con irresistible sencillez: «Si no puedes ser feliz con pocas cosas no vas a ser feliz con muchas».

Lula, su hermano en la lucha, el último mohicano de la región, lo fue a despedir, soltó una lágrima, se abrazó a Lucía y ante el ataúd definió a su estilo: «Es un ser humano superior, una persona que intentó cambiar el mundo con la singularidad, la competencia política, con la capacidad de hablar sobre todo con la juventud». Allí estaba ese viejo entrañable, cascarrabias, polémico y amado, al que los medios de derecha, también los execrables de Argentina, se regocijaron llamándolo una y otra vez «ex guerrillero». Como si hubiera sido sólo eso.

«Por mucho tiempo le tuve miedo a la muerte. Ahora que la siento cercana, tengo curiosidad». (China Zorrilla). Cuando murió la actriz, el Pepe la dibujó como quien se dibuja a sí mismo: «Alguien incomparable, rompió el molde. Genio y figura hasta la sepultura».

Murió dos semanas después de Francisco. Mujica y Bergoglio, separados y unidos por el Plata. El Papa y el Pepe. «Dos de los mejores lectores del siglo XXI», se dijo. Gentes de carne y hueso, de la tierra y la intemperie. De palabra y de hechos.

El oriental, hace poco reveló su íntimo dolor por no haber tenido hijos: «Me dediqué a cambiar el mundo y se me fue el tiempo». Sonreía con esos ojos que sedujeron a la indomable Lucía. Provocadores, abrazaban. Ojos que miraban a los ojos. Cuando percibió el final cercano, tuvo la entereza vital para anunciar: «Hasta aquí llegué». Murió una semana antes de cumplir los 90. Se entregó a ella en un último abrazo, a una caricia que no fue igual a ninguna. 

El homenaje

El MPP, el movimiento que fundó y se integró al Frente, lo recordó con un video con uno de sus últimos discursos: «La vida está llena de tropezones y fracasos. Pero es hermosa. Vivila al tope, con generosidad. Quiero el progreso material. Pero quiero antes que nada el amor a la vida. Porque el crecimiento económico no puede ser una finalidad, tiene que ser un medio. Lo fundamental: cómo pasa la gente por la vida. Si tiene tiempo para cultivar lo único valedero, los afectos. ¿Y qué son los afectos? El amor, explosivo cuando sos joven, los hijos, la familia, los amigos. Y cuando sos viejo, el amor de una dulce costumbre, una malsedumbre melancólica de un truco, hablando cuentos con los que hemos vivido. Porque, al fin y al cabo, ¿qué mierda nos llevamos cuando nos vamos a un cajón?»

«Por eso, compañeros. Es muy larga y sinuosa y compleja la lucha que hay por delante. Pero, ¿qué sentido tiene la vida si nos quitan la esperanza de soñar por un mundo mejor? No lo dudes, si tuviera dos vidas, las gastaría enteras para ayudar a tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar. No me voy, estoy llegando. Me iré con el último aliento y, donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar.

Gracias, querido pueblo».

Desaparecidos

El martes, Pepe cumpliría 90 años. En Uruguay es el día del Desaparecido. En uno de los recuerdos: Maestro Tabárez sentado en el escritorio de Mario Benedetti, lee el poema Desaparecidos. El video dura 2′. «Están en algún sitio. Concertados, desconcertados, sordos, buscándose, buscándonos, bloqueados por los signos y las dudas. Contemplando las verjas de las plazas, los timbres de las puertas, las viejas azoteas, ordenando sus sueños, sus olvidos. Quizá convaleciente de su muerte privada (…) Nadie les ha explicado con certeza si ya se fueron o no, si son pancartas o temblores, sobrevivientes o responsos. Ven pasar árboles y pájaros e ignoran a qué sombra pertenece. Cuando empezaron a desaparecer hace tres, cinco, siete ceremonias, a desaparecer como sin sangre, como sin rostro y sin motivo, vinieron por la de su ausencia lo que quedaba atrás.

Ese andamiaje y abrazos, cielo y humo. Cuando empezaron a desaparecer como lo hace en los espejismos, a desaparecer sin últimas palabras, tenían en sus manos los trocitos de cosas que querían. Están en algún sitio, nubes o tumbas. Están en algún sitio, que estoy seguro, allá en el sur del alma. Es posible que hayan extraviado la brújula. Y hoy van en preguntando, preguntando, ¿Dónde carajo queda el buen amor? Porque viene en peligro». Una decena de deportistas muestran remeras: Todos somos familiares. Cierra con un «30 veces nunca más. Sepan cumplir».



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