No hay un alma en el mercado del Santee Alley. El Once angelino encajado en los suburbios de los suburbios del Downtown luce un vacío casi ejemplar en la tarde del primer sábado de junio. “Pocos clientes por las redadas, ‘mano. Esto es un mundo todos los días, pero ayer estuvo la ‘migra’ haciendo detenciones a unas cuadras. Hay miedo, la gente no sale de su casa por si la atrapan”, dice Ramón González, joven migrante mexicano que se gana la moneda vendiendo coloridas gorritas de segundas marcas, pero primerísima calidad, en los abigarrados callejones del Distrito de la Moda. Hay de los Dodgers, los Lakers, los Rams y otros dream teams californianos. Cinco verdosos billetes por cabeza.
El pibe oriundo de Durango, al noroeste del país azteca, cruzó el Río Bravo antes de la pandemia. Perseguía el húmedo sueño americano. Sin papeles, hoy vive una pesadilla a secas. “Junto dólares, ‘mano’. Si me agarran, vuelvo con mis billetes. Estoy solo, nadie me cuida en LA”. Sin ángel de la guarda, así anda Ramón, de noche y de día.
También decenas de miles de sus paisanos, casi el 15% de la población del país gobernado por Donald Trump, que padecen con miedo y asco las detenciones ilegales, las razias, los secuestros impulsados por el 47° presidente. “Ya le dije, ‘mano, en Estados Unidos, estamos jodidos”.
Nadie escucha tu remera
Ashley es dealer de remeras en los callejones. Sangre chicana corre por sus venas: “Somos el motor de Estados Unidos. Los que trabajamos para hacer crecer este país. Que no mienta más Trump, que dice que somos criminales, ladrones. Está pisoteando nuestros derechos y destruyendo la economía. Baja impuestos a los ricos y los de abajo nos jodemos”. En la boca de su local cuelga una camiseta que saluda al presidente de blonda cabellera peinada por la mano invisible del mercado: “Que se joda el payaso naranja”. Pegadita, otra remera muestra las caras del magnate y su extortolito Elon Musk. La pareja se fue a pique hace pocos días, cuando –despechado– el empresario tech loco de la motosierra dejó el gobierno republicano con quejas por las políticas fiscales de su amigo. “President Musk and First Lady Donna Trump”, reza la tela recordando tiempos mejores. Fugaz amor de la primavera derechosa.
Fabiola vive esclavizada por dos laburos en el país de la libertad. Por las mañanas la morocha carga cajas en una imprenta cerca de Chinatown; por las tardes vende comida. Carne de res, chiles rojos, ajito y una pizca de sal: Birria, manjar popular de su natal Tijuana. Convida un platazo a precios cuidados.
Por el faltazo de los parroquianos, doña Fabiola pasa las horas viendo videos en TikTok. Las redadas se transmiten en vivo y en directo por las redes. También las protestas. Hay cortes de calles y enfrentamientos con los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en Paramount, una barriada latina del South profundo, vecina de la rapera y siempre combativa Compton.
Según los guarismos, en Paramount viven 55 mil personas. Ocho de cada diez son latinos. El barrio es coto de caza habitual de los mastines de la ICE y principal foco de resistencia contra las redadas. Fabiola sufre frente a la pantallita del celular: tiene amigos en Paramount. “Es momento de decir ‘basta’, no más cacerías, no más secuestros, vamos a salir a las calles. Llegué embarazada hace 40 años a California, migrar no es un delito, nunca vi algo igual”. Cuando pago, doña Fabiola cuenta que los republicanos endulzaron los oídos de los latinos con falsas promesas en la pasada campaña presidencial. Ahora son el chivo expiatorio. Al despedirse, se agarra la cabeza: “No lo puedo creer, mi hijo votó a Trump”.
Cielos de Koreatown
No hay fiebre de sábado por la noche en Koreatown, otro de los territorios afectadas por las redadas. Es un barrio multiétnico, pegado a Hollywood y sus veredas estrelladas. Hogar de asiáticos, afroamericanos y, sobre todo, latinos. Paro en la casa de una familia coreana, radicada hace más de 45 años en Los Ángeles. Con el señor Kim fumamos bajo unas palmeras altas como torres de la NBA.
Kim dice que las redadas son una locura, que Trump hizo mal en traer más de 2000 efectivos de la Guardia Nacional y 700 marines a la ciudad, que la violencia engendra más violencia. Recuerda el levantamiento de 1992, cuando un grupo de policías blancos molió a palos al taxista negro Rodney King y se desató el infierno. Levantamiento popular y violencia estatal con un saldo de 58 muertos. Apaga el pucho Kim, y suspira: “A veces pienso que Trump quiere repetir la tragedia”.
María pilotea El monje loco, un puestito de comida mexicana en el cruce de las avenidas Western y Pico. La oriunda de Oaxaca pela tamarindos para las aguas frescas. De fondo suenan rancheras al taco. Cuenta que tiene tres hijos nacidos en Estados Unidos, que ella tiene los trámites de la residencia demorados, que no quiere que la separen de sus críos, que reza todos los días, que la Virgen de Guadalupe la protege. Dios te salve, María.
La batalla de Los Ángeles
Domingo tórrido de marchas en LA. “El régimen fascista de Trump tiene que largarse ahora”, agitan pancartas los latinos en el Downtown. Flamean banderas de México, El Salvador y Guatemala frente al edificio Federal Roybal, centro de detención de «la migra», erecto junto a la siempre abarrotada Autopista 101. “Fuck ICE”, gritan las columnas desordenadas.
Ailín Yáñez es docente en lucha. La chicana de 32 pirulos trabaja en la escuela Nueva Esperanza del Valle de San Fernando, en el norte angelino. Hace unos meses fue testigo de cómo la migra detuvo a una docena de padres de sus estudiantes: pacíficos agricultores que viven al día. “Engañan a la gente, les dicen que se acerquen para regularizar sus papeles, los detienen y luego los deportan. Separan familias, no respetan los procesos legales, son violentos, es una dictadura”, da cátedra combativa y sigue luchando.
A las columnas se suma el hombre de leyes Jaime Gutiérrez. El chicano de grueso bigote es abogado de Derechos Humanos: “Nos tratan como extranjeros en nuestra patria, porque esta tierra era mexicana. Ahora hay un ejército de ocupación, somos los palestinos de los Estados Unidos”. Gutiérrez pide por la liberación de David Huerta, sindicalista chicano que fue herido y detenido mientras documentaba la represión: “Quieren aplastar las protestas, que nos callemos, pero el pueblo está en la calle, rebelándose. La raza unida jamás será vencida”.
Los ejércitos de la noche trumpista arremeten con saña. Municiones de goma, bastones largos y bombas de humo, menú a la carta de la represión made in USA. Corremos esquivando balas para el lado de la autopista. Atrás nuestro queda la prisión de la ICE. En la fachada, con aerosol unos pibes tatuaron a las apuradas sus verdades: “Cuando la tiranía se convierte en ley, la rebelión se convierte en deber”.