Parecen aranceles, pero son sanciones unilaterales. Con nada del secretismo de la conspiración de Richard Nixon y Henry Kissinger para urdir el golpe de estado contra Salvador Allende, Donald Trump vuelve a amenazar con violar el derecho internacional y da el paso que ya había insinuado el vicepresidente J. D. Vance en Múnich en febrero: exigir de las autoridades de un país soberano, a la sazón, Brasil, el cese de toda acción política o judicial que afecte a los amigos de extrema derecha del actual gobierno estadounidense. Vance había exigido que se dejara de lado el “cordón sanitario” que mantiene a los neonazis de Alternativa para Alemania (AfD) lejos del gobierno. Un mes después, Trump había calificado de “caza de brujas” la condena e inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos a Marine Le Pen en Francia.
Esa nueva doctrina de fronteras ideológicas se pone en práctica por primera vez con Brasil. En la carta en la que anuncia los aranceles, Trump arranca con un elogio al expresidente Jair Bolsonaro. Califica el juicio por intento de golpe de estado abierto en los tribunales brasileños con los mismos términos que usara para defender a Le Pen y exige con inusuales mayúsculas el cese inmediato de esas acciones judiciales. No esconde detrás de pretextos comerciales su propósito punitivo, ni oculta que va en auxilio de un correligionario. El abandono del tono neutro más frecuente en este tipo de correspondencia y su reemplazo por una retórica y una forma de escritura hasta hace poco privativas de las redes sociales tiene en la carta a Lula un ejemplo clamoroso pero no único: la carta al Primer Ministro de Canadá Mark Carney. Disparada un día después de la misiva destinada a Brasilia, está plagada también de mayúsculas y signos de exclamación.
Detrás de la amenaza de un arancel del 50% a todas las exportaciones brasileñas a EE UU está también la defensa de las plataformas de redes sociales. Otro pretexto para justificarse es la reciente suspensión de la actividad de la red X en Brasil, hasta que aceptó adecuarse a la ley brasileña para seguir operando. Hay quien piensa que sin el lobby sobre la Casa Blanca de Eduardo Bolsonaro, autoexiliado en EE UU, la carta de Trump se hubiera centrado en expresar su agravio por el tratamiento a las plataformas y no en defender al expresidente.
En Brasil, la amenaza aísla temporalmente al bolsonarismo. Para Lula, como ocurrió con el canadiense Carney y el australiano Anthony Albanese, surge la oportunidad de elevarse como líder nacional. Coincide con una ofensiva del Partido de los Trabajadores contra la mayoría conservadora del Congreso, que venía de dañar la estrategia fiscal del gobierno al votar contra el incremento de la alícuota del impuesto a las operaciones financieras. El PT había logrado instalar en el centro de la agenda, después de largos meses a la defensiva, la cuestión de la magra contribución de los ricos al erario y de la injusta carga que llevan los más pobres. La defensa ante EE UU se yuxtapone con esa agenda, refuerza un renovado control del ciclo de las noticias y le devuelve la iniciativa a un gobierno que venía siendo vapuleado por la oposición y (sobre todo) por sus aliados conservadores.
La amenaza trumpiana, de concretarse, afectará mucho más al agronegocio brasileño, base fundamental de la coalición bolsonarista, que a cualquier otro sector. La desesperación por despegarse de la misma ha sido patente en uno de los posibles herederos de Bolsonaro, el gobernador de São Paulo Tarcísio de Freitas, que no sabe cómo hacer desaparecer sus fotos con el gorro de “Make America Great Again”.
Entretanto, Lula intenta calibrar la respuesta: la ley lo habilita una retaliación con aranceles idénticos contra EE UU, pero parece inclinarse más por medidas de desconocimiento de patentes. Si la potente industria brasileña comenzara a producir, por ejemplo, fármacos de consumo masivo sin pagarlas, el daño a intereses estadounidenses sería considerable y no tendría los efectos inflacionarios que sí tendría alzar las barreras comerciales.
Lula tiene una buena mano, pero la partida de póker es larga. Un escenario a no descartar es que Trump cambie de idea antes del 1 de agosto y le permita a Bolsonaro atribuirse la no implementación de los aranceles. En cualquier caso, el mundo debe tomar nota una vez más de la acción desembozada de la internacional negra de Trump y sus correligionarios, que agrega incertidumbre a un mundo dividido de nuevo por fronteras ideológicas.