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Francia en el dominó de la diplomacia hacia Medio Oriente


Emmanuel Macron inflige a Israel su mayor derrota diplomática desde que Benjamin Netanyahu lidera su gobierno. En un mundo donde tiene a predominar crecientemente el ejercicio del poder desnudo, antes que el principio de solución pacífica de las controversias, se puede mirar con escepticismo la decisión de otorgar reconocimiento al Estado Palestino, pero en el lenguaje de la diplomacia, el gesto es fortísimo. Si acaso no es el más fuerte posible es sólo porque viene con la condicionalidad de que sea un estado desmilitarizado, es decir, que acepte el predominio militar de quien hoy es su ocupante. Francia llegó a la conclusión de que ya no tenía ninguna influencia sobre el gobierno de Netanyahu que justificara postergar un reconocimiento apegado al derecho internacional.

Aunque el anuncio que hará en septiembre frente a la Asamblea General de Naciones Unidas no hace más que poner a ese país del lado de la mayoría abrumadora de países (incluida la Argentina) que reconoce oficialmente el Estado Palestino, se trata del primer miembro del G7 en hacerlo y cambia la mayoría entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Desde septiembre serán tres, junto a China y Rusia, quienes lo reconocen y podrían llegar a ser cuatro, si el Primer Ministro Keir Starmer va en la dirección que le reclama buena parte de su Partido Laborista y anuncia el reconocimiento del Reino Unido.

Las condiciones están dadas para que la postura francesa dé continuidad a un efecto dominó en Europa puesto en marcha en mayo de 2024 por el reconocimiento simultáneo del Estado Palestino por España, Irlanda y Noruega, a quienes siguió pocos días después Eslovenia. Luego de una pausa de cinco años, durante la cual no se habían sumado países a la lista de los que lo reconocen, en 2024 el Estado Palestino sumó nueve reconocimientos nuevos. En 2025, Francia se sumará al único otro reconocimiento (hasta ahora) de este año, el de México, con el que casi se completó el cuadro de todos los países de América Latina y el Caribe (falta Panamá).

En Europa, las únicas fichas del dominó que no tienen ninguna chance de caer son Alemania y los países con gobiernos de extrema derecha. Que el efecto continúe o no depende de varios factores. Por un lado, en tanto Israel siga ignorando los llamados europeos a un cese del fuego y al acceso inmediato de la población de Gaza a la ayuda humanitaria, los incentivos a un reconocimiento por otros países crecerán. Por otro, a medida que ese bloque recalibra sus relaciones con los EE UU de Donald Trump, diferenciarse de éste en cuanto a la política hacia el Medio Oriente pasa a ser una de las opciones más a mano. También, sin agotar el inventario de factores, hay que observar la evolución de la opinión pública en cada país, donde la consternación por la situación humanitaria y el rechazo a los crímenes de guerra en Gaza se vuelve cada día más mayoritaria.

Aunque no se pueda decir que la decisión de Macron corra detrás de las encuestas (no es esta la tradición de la política exterior francesa y, menos aún, el talante del actual presidente), éstas no se pueden omitir como contexto. En mayo, 63% de los encuestados por el instituto de estudios Odoxa se dijeron favorables al reconocimiento del Estado Palestino. El mismo sondeo indicó que esta opinión era mayoritaria entre los votantes de Renacimiento, el partido de gobierno, y en todos los situados a su izquierda, que el electorado de la derecha tradicional se encontraba dividido en mitades y que la opinión sólo era contraria entre la mayoría de los votantes de la extrema derecha, aunque más del 40% de éstos se manifestaban también favorables. El diferencial entre opiniones positivas y negativas respecto de Israel, también en mayo, pero de acuerdo al instituto británico YouGov, era de -48 en Francia, diferencial negativo que en otros cinco países europeos (Alemania, Reino Unido, Italia, España y Dinamarca) estudiados simultáneamente oscilaba entre -44 y -55.

La posición en que su actual gobierno está poniendo a Israel es una de dependencia absoluta y única de los EE UU, al ignorar todas las iniciativas diplomáticas de otros países que le han prestado apoyo y manifestado simpatía en el pasado. Netanyahu juega un pleno a que el orden mundial se desprenda definitivamente de lo que él considera los remilgos de la diplomacia y a que prevalezca la ley del más fuerte. Si su apuesta fallara, habrá condenado a su país a una condición de paria absoluto mientras él lo siga gobernando. «

(*) Coordinador del Programa de Política Internacional, Lab. de Políticas Públicas.



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