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Estados Unidos amenaza a la región y pone en peligro la paz


El envío de fuerzas militares del Comando Sur de EE UU a patrullar el Caribe, sumado en simultáneo a la amenaza del gobierno de Trump contra Venezuela y al aumento de la recompensa por la captura del presidente Maduro, es de una gravedad inusitada. Se trata de una operación que no responde a objetivos de seguridad regional. No existe ningún interés real en Trump ni en su gobierno por combatir el narcotráfico, ni tampoco hay un riesgo para la seguridad nacional de EE UU. El verdadero objetivo es desestabilizar, cercar, condicionar, e intervenir en el proceso político venezolano.

Primero, la preocupación de Washington fueron las elecciones, que según su versión no eran democráticas. Luego, montó su ofensiva en la supuesta persecución a los opositores. Y ahora instala la idea del “Cartel de los Soles” como gran distribuidor de drogas hacia EE UU. Esto demuestra que, al no poder imponer su relato fantasioso, inventa nuevos elementos. Lo que desnuda, en realidad, es que su objetivo es apropiarse de Venezuela, de su petróleo y advertir al resto de los gobiernos, de los pueblos y del movimiento popular que nada podrá hacerse en América Latina sin la autorización de EE UU.

Lejos de ser una muestra de fortaleza, es una señal de debilidad. Aunque parezca lo contrario, EE UU es un imperio en decadencia: cada vez necesita recurrir más a la amenaza y a la acción militar en América y en el mundo para sostener una hegemonía que ya perdió. El despliegue bélico en una zona geopolíticamente estratégica como el Mar Caribe —que conecta con América del Norte, Centroamérica, los países caribeños y Sudamérica— se inscribe en la lógica de una guerra híbrida y multidimensional que Washington libra contra los pueblos que resisten su hegemonía. Esta estrategia combina bloqueos económicos, medidas coercitivas unilaterales, agresiones mediáticas y, ahora, maniobras militares intimidatorias.

En su decadencia, EE UU pretende regionalizarse brutalmente. Incluso llega a hablar de la posibilidad de incorporar a Nueva Irlanda como parte de su región, extender su influencia sobre el Ártico, sumar a Canadá como un estado más, apropiarse del Canal de Panamá y someter, acobardar y condicionar al resto de América del Sur. América Latina reaccionó con fuerza.

La región respondió con determinación ante este intento descarado, que pone en vilo a toda América Latina, un territorio que ha construido su condición de zona de paz. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum; el gobierno de Brasil, a través de Celso Amorim y de la entrevista entre el canciller Iván Gil y el canciller brasileño; y el presidente Gustavo Petro, que siempre expresó respaldo firme y aceptó defender la frontera conjunta entre Venezuela y Colombia, son algunos de los principales apoyos. No son los únicos: son centenares los pronunciamientos que denuncian esta amenaza de intervención.

El invento del Cartel de los Soles es realmente hollywoodense. La ONU determinó que Venezuela es una zona libre de cultivo, elaboración y exportación de cocaína. Esto desnuda aún más que EE UU no tiene intención de detener el ingreso de droga a su territorio, ya que es el principal consumidor y porque la DEA regula el comercio de drogas hacia EE UU y hacia el mundo. Además, existe una conveniencia económica: la venta de armas desde EE UU a México alcanza cifras escandalosas, y gran parte de la economía estadounidense funciona con ese dinero negro que genera el consumo y la compra de drogas.

Los conflictos deben resolverse a través del diálogo y la integración regional. América Latina y el Caribe deben  unirse para enfrentar este atrevimiento, acoso y amenaza de EE UU. Hoy, la defensa de Venezuela es, en esencia, la defensa de la unidad latinoamericana, tal como lo expresó la CELAC y gran parte de los gobiernos de la región. Debemos preservar nuestro territorio como zona de paz y respetar la autodeterminación de los pueblos.



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