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La ostentación de ricachones frente al clamor por un impuesto a hiperfortunas


Lauren Wendy Sánchez cumplirá los 56 en diciembre. Estadounidense de Albuquerque, se ganó la vida como «reportera de entretenimiento y presentadora de noticias”. Tiene tres hijos de dos parejas, pero este fin de semana se casó en terceras nupcias. No fue una boda ordinaria, sino que duró tres días, se realizó en Venecia y tuvo de todo:  compromiso a bordo de un megayate, anillo de 30 quilates y platino, valuado en U$S 5 millones; vestidos fastuosos; islas exclusivas; hoteles 5 estrellas reservados, además de un par de palacios góticos de siglo XIV; 250 invitados de altísimo perfil, incluyendo reyes, artistas, políticos, poderosos, entre tanto personajote; paparazzi hasta bajo la alfombra, manjares insuperables, chefs con estrella michelín, boatos de toda índole y ostentaciones sin pudor ni vergüenza.

Distintos medios del mundo se derritieron de elogios en cada palabra de la cobertura (el novio es dueño del Washington Post). Muy pocos informaron sobre las protestas de organizaciones locales y otras, como Greenpeace, que cuestionaron el impacto ambiental y social y que, no obstante haber sido reprimidas, hicieron que una parte del jubileo deba ser traslado a otra zona de Venecia. Pero no lograron que el casamiento hiciera agua.

Claro, importa el nombre del tortolito. Jeffrey Preston Bezos es coterráneo de la novia. Y a sus 61 años, el pelado Jeff es el segundo rico más rico del planeta, tras Elon Musk y por sobre Mark Zuckerberg. El creador de Amazon, según Forbes, tiene una billetera con U$S 201.600 millones. Para el novio, el gastito de la boda, unos U$S 45 millones significó no sólo una jactancia casi obvia, con cierta lógica, sino casi un vuelto. Ah, sí, la parejita feliz sugirió que no les realizaran regalos sino que realicen donaciones a organizaciones sociales o ecológicas. No a cualquiera. Había una lista selecta.

Nada nuevo bajo el sol de un mundo con una desigualdad creciente y sociedades tan proclives a arrojarse a aventuras desquiciadas.

La ostentación de ricachones frente al clamor por un impuesto a hiperfortunas

Tocar los bolsillos

Esa fastuosidad en un mundo con guerras y hambrunas por aquí y por allá. Si no fuera porque causa escozor, al menos sirvió para alzar algunas voces ante semejante despilfarro. No sólo reaccionó Greenpeace («El problema no es la boda, el problema es el sistema, el problema es cerrar una ciudad») o Bill Gates, habitualmente más razonable o menos insaciable que los demás («Debemos pagar más impuestos, pero no de manera individual, porque de ese modo no resuelvo nada»). Por caso, The Guardian hace horas refirió a una movida que tiene eco en España, Brasil, Alemania, Sudáfrica y otros países, para que en la reunión del G20 (noviembre en Johannesburgo) se impulse un sistema de impuestos mínimo del 2% sobre súper ricos, ya que se calcula que hoy sólo pagan un 0,3% sobre sus fortunas. Que buena parte se asientan en paraísos fiscales, la otra pelea menos estruendosa de muchos gobiernos centrales.

Lo certifica el trabajo del economista francés Gabriel Zucman, discípulo de Thomas Piketty, especialista en desigualdad económica y distribución de la renta. Justamente para el G-20 investigó: si apenas un centenar de los superricos pagasen el 2% de sus ganancias, se recaudaría unos U$S 250 000 millones (una cifra menor a la riqueza de Elon Musk y no tan alejada a del pelado ricachón en plena noche de bodas). Y si afectara a las 3000 personas cuyo patrimonio supera los U$S 1000 millones, la recaudación se duplicaría y redundaría en los 8100 millones de humanos que viven en el mismo planeta que los otros. Si sucediera, “afectaría” a multinacionales que recaudan en 140 países. En 2021, hubo un principio de pacto a través Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Luego fue boicoteado.

 “No sería un impuesto global, sino un marco, un estándar común para reducir la regresividad que se produce en lo más alto de la distribución de la renta”, insiste Zucman. Cada vez más gobiernos, no sólo en los países periféricos, sino por caso, los europeos (con sus económicas en entredicho y con EE UU, OTAN mediante, exigiendo mayores aportes bélicos) afiliados a que los ricos aporten un vuelto más. Aunque también surjan otros, súbditos de los poderosos, como en Argentina, con políticas que sólo apuntan a que sigan acumulando más y más los que más tienen. «



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