La charla vía video-chat había superado largamente la media hora cuando Aitor Zabalgogeazkoa se sorprendió, detuvo su explicación, miró hacia arriba. Un sonido lo estremeció. Señaló con el pulgar. Y dijo: «Es que están disparando. Te voy a tener que cortar, eh…».
Habla desde una tienda de campaña de Khan Younis, 25 kilómetros al sur de la ciudad de Gaza, 20 al norte de la frontera egipcia. Clima árido, pese a la cercanía con Al Mawasi, junto al Mediterráneo. Tras las presentaciones de rigor, advierte: «Llevo tres semanas aquí. Hacemos rotaciones de ocho semanas. Es bastante enervante estar aquí todo el rato. ¿Oyes un sonido de fondo? Son drones. Están todo el día por encima nuestro. Pues vigilando o lo que fuera. Una situación molesta, muy molesta, aparte de ocasionalmente peligrosa».
–¿Cómo funcionan el horror y el miedo?
-Bueno, nos ponemos un orden, unas prioridades semanales, porque incluso dentro de la semana nos cambian. Y muy realistas para poder implementarlas y que al día siguiente den resultados. Somos tres equipos de Médicos Sin Fronteras, ahora en la Franja. Yo gestiono uno de ellos: nos encargamos de dos centros de salud primaria con salas de emergencia, hechas con plástico, o sea, no son ni tiendas de campaña sino instalaciones provisionales. Y damos apoyo a las maternidades y pediatrías de dos hospitales, uno en el sur y otro en el norte. Los compañeros de los otros dos equipos gestionan otros hospitales de campaña y alguna cosa más. Somos nueve internacionales y unos 400 y pico trabajadores locales.
-¿En qué medida pueden realizar su trabajo?
-Estamos muy limitados. Primero por la concentración de población que hay aquí, en Khan Younis. Porque el sur, Rafah, está completamente tomado por las fuerzas militares israelíes y está prácticamente vacío. En Al Mawasi está la mayor concentración de desplazados. Todo el mundo viviendo, pues, en tiendas, en cambuches bajo plásticos. Tenemos centros de salud y el hospital que apoyamos. Vivimos aquí con todas las dificultades: hay una aglomeración tremenda de gente que hace difícil moverse. Las condiciones de vida, de salud de la gente son muy malas. Falta de agua, higiene, comida, etcétera, que derivan en problemas de salud. Existe luego el problema añadido de que, además, digamos, la guerra duró los dos años y desde hace dos meses y medio, apenas entran suministros.
-Falta de todo.
-De todo. No hay combustible y así las plantas desalinizadoras no pueden trabajar; luego los camiones no pueden repartir agua. Ni los generadores, los ascensores, las incubadoras, la esterilización, las telecomunicaciones en los hospitales. No sólo falta combustible: faltan suministros médicos y equipamiento, desde fórmula infantil hasta gasas. Y la tercera gran cosa es la comida: en dos meses y medio no ha entrado prácticamente nada. Los precios están fuera de alcance de cualquier persona normal. Estamos hablando de U$S 60 el kilo de azúcar. Y la gente está bastante nerviosa con el tema. Hace un mes comenzó un esquema israelí-norteamericano de distribución de comida que es un despropósito descomunal. Pretenden distribuir comida para 2 millones de personas desde cuatro puntos de distribución y antes había al menos 400 puntos.
–¿Cuándo sucedía eso?
-Antes del alto el fuego. Durante el tiempo de guerra, ha habido hasta 400 puntos de distribución. Luego hay otras organizaciones también muy grandes y fuertes que dan comida caliente en algunos sitios y ayudan en hospitales, centros de niños, cosas de ese tipo. Pero, bueno, aunque no fueran 2 millones de personas, es una población vulnerable. Pretender distribuir desde cuatro puntos es una locura. Y se someten a delitos. Son como campos de fútbol, que han cerrado con excavadoras, haciendo especies de lomitas de cinco metros. Rodeado de vallas, montículos de arena, alambre de espino, como si la gente fuese vacas, ganado. Abren el centro durante diez minutos. Dejan que entren, se peleen entre ellos por la comida, por las cajas, por todo. Y que salgan corriendo. Evidentemente se acaba la ayuda y todo el mundo se pelea. Al volver, si desbordan la ruta de entrada, les disparan. Cuando están allí, si también desbordan los sistemas de seguridad, les disparan y, luego, si se quedan, si te demoras un poco, también te disparan… Hubo más de 400 muertos y 4000 heridos en estas distribuciones. No tiene nombre, no tiene nombre, no tiene nombre… O sea, es un sistema denigrante, humillante y, luego, mortal. Es tremendo.
-¿Quién organiza eso?
-Un pastor evangélico amigo de Trump (N.deR.: Johnnie Moore, 37 años pastor y empresario de EE UU) que ha montado la Gaza Humanitarian Foundation (GFH) en Suiza y hasta el propio gobierno suizo le reclamó que no pueden estar allí. Subcontrataron mercenarios que protegen los centros de distribución con los militares israelíes y también los trabajadores locales que descargan los camiones. Esto, además pasa dentro de la zona de guerra, dentro de la zona de combate donde los civiles no deberían estar para entrar a coger la comida y retirarse. Entonces es distópico.
-Una distopía de muerte.
-La cantidad de muertos y de heridos no tiene nombre. Estamos pidiendo sobre todo que esto se pare. Es una operación político-militar del gobierno israelí y del norteamericano para sacar de la ecuación a la ayuda internacional humanitaria imparcial y a la que trata a la gente con dignidad. Una abominación, que humilla, degrada a gente que está loca por la comida. Un esquema mortal, inefectivo y que debe ser desmantelado inmediatamente. Es lo que pedimos.
-¿Se trata de una masacre?
-La ayuda humanitaria es masacre disfrazada, o sea, la gente va como si fuera a la guerra. ¿Sabes? No hay ni una sola persona vulnerable que pueda coger un grano de arroz allí. Se atreven los jóvenes y llevan a chicos que van con bolsas de 25 kg. El reparto se hace en cajas. Van con un cuchillo, o un cutter, la bolsa de 25 kg y una botella de agua. A ver quién llega, y quién vuelve vivo. Ah, es tremendo.
–Ninguna guerra es humanitaria, pero en este caso hay un grado de crueldad mayor, si se quiere.
-Una insidia, una crueldad y retorcimiento notable. Entonces todo el mundo está desesperado, esperando combustible, ayuda, comida. Ellos dejan que se acabe y ahí mandan algo. Están matando de hambre a la gente, pero poco a poco y de modo que no se mueran todos de golpe. La media de nuestros compañeros ha perdido 15 kilos en un año. Cuando vine aquí vi a una compañera que había estado hace un año y no le reconocía, del peso que había perdido. Y es gente que tiene trabajo, dinero, se puede permitir comer a diario y estar más o menos resguardada en un apartamento, aun compartido entre 30. Pues sí, está todo desbordado.
–La labor de los médicos debe ser titánica.
-Mira, anoche ha habido gente en una carretera, esperando a ver si pasaban camiones de ayuda, para asaltarlos directamente. Eran miles, y las fuerzas israelíes atacaron. Acabo de recoger los datos de esta mañana: 230 heridos, 37 muertos. Han tenido que hacer 24 operaciones en menos de 24 horas. Atendieron a 445 pacientes. Un hospital que está organizado para 340 camas, hoy tiene 576 pacientes.
-¿Cómo se hace para poder soportarlo, para tener voluntad de seguir levantándose todos los días?
-Aquí hacemos una broma: «todos los días sale el sol». Todos los días te levantas pensando que será diferente. Aquí nosotros no contamos. Los que cuentan son nuestros compañeros que viven en Gaza. Nosotros entramos, dejamos la piel durante dos meses, salimos, descansamos, volvemos a entrar… La gente que está aquí se juega el pellejo en sus casas. A una compañera le dispararon en el apartamento y se les vino encima. La hija herida, el hijo herido y ella con un fémur y cadera rota. La capacidad de resistencia que tienen es excepcional. Y bueno, sí, todos los días sale el sol, todos los días hay que levantarse, lavarse un poco, intentar ir a trabajar. Ellos dicen que poder trabajar en MSF y poder atender a su gente les da una fuerza tremenda para seguir. O sea, están mal de la cabeza, todos realmente muy afectados.
-¿Ves algún viso de cambio, de solución? Lo de que todos los días sale el sol…
-Como todos los días sale el sol, algún día pasará otra cosa y esperamos que sea lo más pronto posible. Es lo que desea todo el mundo y es lo que pedimos. Un alto el fuego inmediato y que se permita acceso de ayuda humanitaria inmediata adecuada y suficiente. No quiero especular porque después del último alto el fuego hubo mucha ilusión y ahora, pues, están esperando el segundo con unas ganas tremendas. Pero con muy poca esperanza.
-¿Qué quedará después de los bombardeos, de las masacres indiscriminadas?
-Hay muchas zonas en las que parece que ha habido un terremoto, un terremoto grande que no se detiene. Barrios y barrios y barrios enteros completamente demolidos. El otro día, un compañero estaba haciendo un trayecto en una zona conocida, de noche, pero se perdió porque no reconocía dónde estaba. Ya no hay puntos de referencia con los edificios o con las zonas urbanas. Muy tremendo. Ahora mismo, entre el 70 y el 80% de Gaza está tomado por las fuerzas israelíes. Son bajas las posibilidades de que la gente pueda vivir con una mínima calidad de vida en el 20% restante.
-¿Tienen eco las denuncias?
-Nosotros insistimos, insistimos, insistimos… Es una tragedia tremenda, pero si hablamos de Gaza hay gente que nos escucha; si hablamos de Sudán, no nos escucha absolutamente nadie. En Sudán ahora mismo también hay cientos de miles de muertos y 8 millones de desplazados. Gaza, políticamente, está más en el centro del mundo ahora mismo.
–En estos 30 años has vivido muchas de estas situaciones.
-Bueno, yo creo que es la peor que he visto. Yo creo que son comparables a lo que he visto en Alepo (Siria), en Mosul (Itak) o en Grozny (Rusia), en Chechenia, en Siria. Pero esta es la peor. Primero porque es una zona urbana y la devastación se nota de otra manera. Gente que ha tenido un nivel de vida un poco similar a la de uno y entonces la empatía es más directa. Luego que Gaza es un espacio confinado al que nadie puede escapar. De otros lugares se podía escapar, de los cercos de Alepo, Mosul, Grosny al menos se podía intentar salir. De acá no.

«Es que están disparando, voy a tener que cortar…»
Aitor es coordinador de Médicos Sin Fronteras en Gaza y director de la organización en España. Nació hace 61 años en el País Vasco. Su primer trabajo fue el de salvavidas y luego productor de TV. «No, no soy médico. Era productor hace 30 años. Y los productores somos en general muy buenos logistas en temas de telecomunicación, transporte, gestión de personas, actividades, organización. Estuve en Irak y en los Balcanes. Envié un currículum que encajó con las necesidades de un campo de desplazados en Somalia… Y, bueno, pues me cambié de profesión. Llevo trabajados demasiados años en zonas de desastre: 30 años en una profesión como ésta se la elige. Un modo de vivir. Con días malos y días buenos”.
-¿Tuviste bajones, ganas de dejarlo todo, de irte?
-Hay días que te metes a la cama y al día siguiente debes hacer lo que debes hacer. Sí, hay mucha impotencia, hay mucha frustración porque si tuviéramos los medios estaríamos apoyando los hospitales de otro modo. En Gaza hay muy buenos profesionales médicos y de enfermería, muy bien formados y muy comprometidos. Lo único que necesitan es apoyo, equipamiento. Y en el sentido moral, sentir que al menos alguien les apoya. Nuestro granito de arena es explicarles cómo trabajar en una situación así, aun rebajando estándares de calidad. Cambiar la manera de diagnosticar y de tratar porque no hay los medios, ni niveles de higiene y limpieza. Entrar en un quirófano al que se le acaba la luz, no hay agua ni calefacción, faltan gasas, instrumentos. Intentamos explicar que esto se puede hacer peor o mejor, pero se puede hacer.
Fue en ese instante. Avisó: «Es que están disparando. Te voy a tener que cortar, eh…».

Morir por una bolsa de harina
Fue el jueves. Abdullah Hammad, auxiliar de Médicos Sin Fronteras, higienista en la clínica de Al Mawasi durante un año y medio. Aguardaba, cerca de una planta desalinizadora, la llegada de camiones de ayuda humanitaria, para recoger bolsas de harina. ¿Ayuda «humanitaria»? Las fuerzas israelíes atacaron deliberadamente.
Murieron al menos 16, entre ellos Abdullah. Su hermana Zainab y sus hermanos, Karam y Bahaa, también trabajan para MSF, que ya perdió a 12 miembros de su equipo desde octubre de 2023.
“Había cinco camiones aparcados para que la gente entrara y cogiera lo que pudiera. Entonces, los tanques (israelíes) comenzaron a avanzar. También francotiradores. De repente, empezaron a disparar desde todas las direcciones. Quien cogía una bolsa de harina, recibía un disparo en la cabeza. Jóvenes muriendo por una bolsa de harina”, contó un sobreviviente.
Sucedía casi al mismo momento en que Aitor hablaba con Tiempo. «El nivel de desesperación por conseguir comida dentro de Gaza superó ya cualquier comprensión. El hambre sistémico y deliberado al que se ha sometido a la población palestina durante más de 100 días está llevando a la gente al límite. Esta masacre debe detenerse ya”.