Politica

Aunque fueran honestos


El gobierno de los hermanos Milei, preso de los mecanismos de viralización digital que hasta hace instantes sólo parecían favorecerlo, comparece ante una opinión pública que no olvidará rápidamente las palabras del ex abogado del presidente contando con detalle la corrupción del gobierno, nada menos que en el área de discapacidad. No podría ser peor, ajuste sobre los que más necesitan del sistema de protección estatal, ninguneo y maltrato público por parte de funcionarios y del propio Milei a las personas que levantan la voz –incluyendo a un niño autista– y, finalmente, una confesión involuntaria de la malversación de los fondos públicos destinados a ese sector. Con razón, las personas se indignan e incluso se movilizan para manifestar su rechazo ahí donde el gobierno pretende hacer campaña, en unas magras parcelas de calle.

Al gobierno de Milei se lo ha caracterizado como producto de la locura personal del presidente, como usina del insulto a opositores, disidentes y múltiples sectores de la sociedad, como vertedero de fake news, e incluso como poco republicano; ahora también, como un gobierno corrupto. Claro que no faltaron las críticas de carácter ideológico y fue ubicado como parte de un linaje político y económico que tiene historia en nuestro país. Sin perjuicio de todas esas descripciones y esos análisis críticos, nos preguntamos qué ocurriría si se tratara de un gobierno comprobablemente honesto y menos caricaturesco en su forma de hacer el ajuste y declarar públicamente sus enemistades.

¿Acaso escucharíamos consultores que se refieren al “ordenamiento de la macro”, periodistas complacientes con “la baja de la inflación”, ciudadanos esperanzados porque “no vienen de la política”? De hecho, este tipo de percepciones y otras circularon hasta ahora con fluidez. El problema es que referirse al gobierno solo en términos de modales o de delincuencia, incluso descargar toda la crítica en un formato ideológico que no ha variado demasiado desde la década del 70 hasta ahora, termina por eclipsar un problema, tal vez, más importante y que, en Argentina, al menos desde los albores de 2001 tiene algún tipo de espesor: la disolución de la política en la pura gestión. Por eso, cuando la indignación por la corrupción toma la escena, en el fondo, se convalida que se trata de gestión y no de política, que, de hecho, si no mediaran esos audios y otros casos de corrupción que ahora brotan a borbotones, no había mayores críticas o, en todo caso, no pasaría de la característica contienda entre oficialismo y oposición.

Aunque fueran honestos

Fue emblemático el caso del Mani pulite (manos limpias)en Italia, en 1992. La investigación desembocó en una purga sin precedentes de la política italiana, con renuncias, condenas de diverso calibre y desmoronamiento de los partidos tradicionales. De algún modo, la escenificación de las “Manos limpias” realizaron el anhelo del ciudadano bienpensante, para que la “mano invisible” del mercado siguiera operando con mayor comodidad, dado el buen ánimo re­publicano que experimentaron los italianos de entonces. Sin embargo, solo dos años después Silvio Berlusconi ingresó por la puerta grande a la política italiana como Presidente del Consejo de Ministros y preparó el terreno para gobernar durante un período importante, retomando la senda de la corrupción y la arbitrariedad de la gestión asociada de manera más contundente a los intereses de gran­des grupos económicos. El berrinche moral, lejos de alterar las condiciones de la política, convaleció junto con ésta ante una versión más caricaturesca del neoliberalismo como gestión de lo existente, bajo el influjo de la sentencia del Consenso de Washington: “No hay alternativa”.

Nuestro tiempo complejiza un poco más las cosas, ya que no solo la política cayó en un pozo sin fondo de deslegitimación, sino que la gestión como reemplazo de la política se transformó en pura gestión de la crisis[1]. Es decir, que ahí donde la política encarnaba el teatro del conflicto social, las mediaciones que harían posible una convivencia fundada en la diferencia, lucha de clases mediante, la gestión asume un rol técnico, aséptico y, al mismo tiempo, nunca tan sucio: coordina, en beneficio de un puro funcionamiento, hambrunas y enfrentamientos sin solución, compensa cuando “se puede”, ignora cuando “no hay alternativa”, administrando un realismo cada vez más despojado de sentido. La democracia misma se presenta como una superposición de gestiones, cosa de técnicos, funcionarios grises o “loquitos” carismáticos; finalmente, una realidad producida como imagen por sus propias necesidades de gobierno, predeterminando sus alcances y límites.

Lo que la gestión excluye por principio es todo lo que permanece irrepresentable, las situaciones concretas con sus protagonistas emergentes, las posibilidades reales de acción, la complejidad de los procesos. Desde aquella marcación de Foucault, según la cual el pueblo pasa de ser un sujeto conflictivo a un objeto (población) cuantificable y pasible de gestión, a una época como la nuestra, tendencialmente administrada en base a soluciones algorítmicas, la política cae del lado de un real absolutamente ajeno a la gestión. Y ahí donde todo es gestión la corrupción es inherente, ya que siempre se trata de cálculos y beneficio.

Aunque fueran honestos

La gestión, cuando no se circunscribe a una cuestión meramente organizativa antecedida ontológicamente por la política como exploración de sentidos posibles, desarrollo de novedades, creación de anticuerpos ahí donde la vida está en peligro, termina por capturar las posibilidades de actuar realmente. De hecho, el economicismo que tomó los discursos políticos y periodísticos, como al sentido común mismo, es un síntoma de la ceguera de la maquinaria de gobierno en relación a lo vivo. La gestión es siempre gestión de lo dado, y lo dado, en un mundo algorítmico, es aquello que puede ser cifrado en términos de pura información, más allá de la construcción y la emergencia de sentido que presupone formas de negatividad o tosquedad de lo real, que se corresponden con posibilidades de metabolización o invenciones situadas. 

Cuando advertimos el daño ambiental acelerado y, en el fondo, la inviabilidad de un mundo híper-racional en el que se pretenden homologar la inteligencia orgánica a la inteligencia artificial, los organismos vivos a modelizaciones digitales, las tramas vitales y sociales complejas a simulaciones cuánticas, mal podríamos concluir que en última instancia “es un problema de voluntad política”. En todo caso, el problema o incluso el error consiste en descansar en esa figura antropocéntrica de la voluntad. Por ejemplo, los llamados consensos políticos que van de los organismos internacionales a sus correlatos regionales y nacionales, permanecen en el plano de la gestión de lo dado, un posibilismo que funciona a fuerza de profecías autocumplidas, en el marco del cual todos se convencen de la ausencia de alternativas.

El punto de vista de la gestión no es ningún punto de vista. Es el puro funcionamiento como primer motor (ni Tomás de Aquino lo hubiera imaginado así), es la predictibilidad que alcanza su paroxismo cuando nos conduce a un final realmente incierto, a una incerteza que en este contexto aparece a quienes funcionan sin cuestionar, como lo único realmente experimentable. Paradojas de la pobreza de experiencia. Pero ¡cuidado!, el punto de vista de la política heredera del humanismo, de la tradición colonial y de su reverso revolucionario, la tradición de la política emancipativa, se enmaraña en una batalla imaginaria. No es resucitando lo que está muerto que se combatirá una política de la muerte que aparece bajo la forma de gestión sin política. 

El desafío mayor que enfrentamos en este tiempo no tiene que ver con gestionar mejor o peor, sino con asumir las condiciones de una acción política no antropocéntrica. Un actuar en situación que resiste la captura y, al mismo tiempo, corre del centro el problema de la voluntad. Es decir, asumir que participamos de procesos cuyo registro y repetición, cuya ritualización y puesta a disposición de otros puede adquirir un nuevo tenor político. Ya no se tratará de gestión, sino de la pregunta por el sentido, la conveniencia o inconveniencia, la potencia y el riesgo de eso que se supone habría que gestionar. Porque, en el fondo, la vida no es algo que se gestione, sino una constante producción de relaciones y sentidos que crean situaciones.

¿A qué llamaríamos, entonces, una política de los procesos en la época de la complejidad? Si el sueño y deseo de todos los hombres y las mujeres políticas es el de “conducir y decidir “, es momento de darse cuenta que los lugares de la gestión representan una total impotencia para protagonizar cambios radicales. Cabe preguntarse, cómo es posible que todos esos personajes políticos no estén al tanto del hecho que “no hay piloto en el avión”, cómo pueden seguir haciendo de cuenta que la voluntad de unos cuantos podría orientar los rumbos de la historia, cómo es que no tienen en cuenta la infinidad de otros vectores que intervienen en cada situación, es decir la materialidad del fin del antropocentrismo colonial y occidental. La corrupción es un problema de gestores y contadores, así como los insultos y la grosería son asunto de brutos y promiscuos; pero ni lo uno ni lo otro dicen del problema central de nuestra época, y la indignación nada tiene que ver con la posibilidad de imaginar, de explorar nuevos modos, horizontales, potentes y autónomos de vivir, de desear, de habitar el mundo.


[1] Dario Gentili dice, releyendo a Gramsci, que vivimos un “interregno” que define el “arte de gobierno como “uso capitalista del dispositivo crisis”, prolongando la crisis hasta convertirla en la normalidad misma. Gentili, Dario. (2023) La crisis como arte de gobierno. Buenos Aires: Red Editorial.

*Ariel Pennisi: ensayista, docente e investigador (Unpaz, UNA, IIGG-UBA); codirector de Red Editorial; integrante del IEF CTA A y del IPyPP. Publicó varios libros y compilaciones.

Miguel Benasayag: filósofo, biólogo y psicoanalista; doctor en Neurofisiología (Universidad París VII); investigador en epistemología. Publicó más de treinta libros, editados en varias lenguas.



Related posts
Politica

Luego de la bendición a Santilli, el Gobierno se conforma con quedar 7 puntos abajo de Fuerza Patria en Provincia de Buenos Aires

La eyección de José Luis Espert de la primera candidatura de la Provincia de Buenos Aires fue una…
Read more
Politica

Detuvieron a Fred Machado en Viedma y será extraditado a los Estados Unidos

El empresario Federico «Fred» Machado fue detenido por la Policía Federal Argentina este martes…
Read more
Politica

“Igual les estoy arreglando la vida”

Un nutrido grupo de manifestantes, conformado por vecinos, agrupaciones de jubilados y trabajadores…
Read more

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *