Antes del alba, cuando el rocío todavía cubre los campos argentinos, miles y miles de trabajadoras y trabajadores rurales ya han comenzado sus labores.
Ellas y ellos exponen su cuerpo al frío y al calor, sin contar siquiera con un tiempo de descanso real entre jornada y jornada. Viven “como se puede” y con la incertidumbre de un trabajo que acaba cuando termina la temporada. Sin embargo, allí están: sosteniendo con su esfuerzo la producción que alimenta la mesa de las y los argentinos.
Mientras tanto, en despachos oficiales, las paritarias son más que nunca un escenario de disputa. El Gobierno de Javier Milei insiste en pisarlas y poner topes a los aumentos, desconociendo que se trata de la herramienta más genuina para defender el salario frente a una inflación que golpea a diario el bolsillo de las y los trabajadores. Negociar con libertad y sin topes es un derecho de las y los trabajadores, imposible de soslayar en nombre del ajuste, so pena de generar más conflicto y exclusión.
La última negociación estuvo atravesada por cuatro largas reuniones, en el marco de las cuales las cámaras empresariales realizaron ofertas muy por debajo de las necesidades reales de las y los trabajadores. A esta altura, resulta necesario hacer una distinción clara: las y los trabajadores rurales NO son quienes acumulan millones de dólares cada vez que se liquida una cosecha récord de soja, ni pretenden serlo, pero deberían participar “un poquito” de las ganancias de la empresa agropecuaria, para que no se transforme en letra muerta la manda social cristiana del ARTÍCULO 14 BIS.
Lejos de ello, hoy por hoy la asimetría es brutal: mientras los grandes exportadores embolsan ganancias extraordinarias, las y los trabajadores reciben apenas una porción mínima del fruto de su esfuerzo, no obstante su rol protagónico en el ciclo productivo. El punto central pasa entonces por considerar al esfuerzo de las y los trabajadores rurales como uno de los principales sostenes de la producción del país, reconociendo una compensación que guarde relación con ese aporte.

Perón lo resumió con claridad en su famoso “fifty-fifty” (50 y 50): si a la producción le va bien, si al empresario le va bien, esa ganancia debe compartirse con los trabajadores. Porque sin reparto equitativo no habrá justicia social, ni desarrollo sostenible, ni futuro para todas y todos.
La realidad de las economías regionales refleja con crudeza esta desigualdad. Detrás de cada siembra y de cada cosecha, de cada vaca y de cada pollo, hay trabajadoras y trabajadores realizando jornadas interminables bajo el sol o el frío y viviendo en casas precarias o alejadas.
En el norte del país, como en Salta, las y los trabajadores rurales siguen peleando por mejores salarios y condiciones laborales, mientras que en el sur, intentan quitarles el beneficio de la zona fría, una medida que reconoce el costo real de vivir y trabajar en regiones donde el clima también golpea fuerte.
Su esfuerzo mantiene vivas las economías locales y la identidad productiva de cada región, pero su reconocimiento económico sigue siendo una deuda pendiente.
Por eso, cuando hablamos de salarios dignos no se trata solo de una cifra en paritarias, sino de la posibilidad real de que cada trabajador y trabajadora rural viva con la tranquilidad de saber que su esfuerzo es valorado. No hay futuro posible si quienes producen los alimentos de nuestra mesa son condenados a la precariedad o a la incertidumbre.

La soberanía también se construye con dignidad en el trabajo. Defender a nuestros trabajadores rurales es defender la producción nacional, la identidad de nuestros pueblos y la esperanza de un país más justo. Porque no hay soberanía posible si quienes hacen grande a la Argentina deben resignarse a sobrevivir en la pobreza. La verdadera independencia se garantiza cuando el Estado y las entidades rurales comprenden que sin trabajadores rurales no hay tierra que produzca, ni mesa que se sirva, ni patria que se sostenga.
En este 8 de octubre, Día del Trabajador y la Trabajadora Rural, desde UATRE y bajo la conducción de José Voytenco, renovamos nuestro compromiso de continuar la lucha por sus derechos, redoblando esfuerzos hasta lograr que el salario alcance para cubrir todos los rubros alimentarios.
Esta fecha conmemora el día del nacimiento de Juan Domingo Perón, quien instituyó el Estatuto del Peón Rural, reconociendo por primera vez los derechos laborales en el campo. A más de siete décadas de aquel hecho histórico, seguimos sosteniendo la esperanza de que la justicia social vuelva a ser una realidad tangible y que los salarios de nuestras trabajadoras y trabajadores rurales estén por encima de la canasta básica, como merecen quienes con su esfuerzo diario sostienen la mesa de todos los argentinos y argentinas.