La instrumentación de la nueva fase del modelo de acumulación financiera con su consecuente inédito ajuste fiscal ha contado –tal como lo imaginamos- con el auxilio imprescindible de la represión de la protesta social sin importar que los afectados fueran mujeres y niñas; profesores, investigadores o estudiantes universitarios; o, jubiladas y jubilados. La recreación en el plano nacional de las facetas autoritarias y antidemocráticas del neoliberalismo no son una novedad como tampoco lo es la vocación por destruir el Estado. El discurso presidencial omite la aclaración que su lucha es por destruir el Estado y eliminar las regulaciones estatales que tengan como objetivos algún tipo de distribución de la riqueza (“justicia social”) y persigan prestaciones sociales en salud, educación y seguridad social. Desmantelar y destruir el Estado en sus funciones distributivas y sociales no significa para el pensamiento neoliberal dejar de contar con un Estado fuerte que garantice el poder disciplinador de los mercados. Para aquella parte de la ciudadanía que pretenda resistir a esta reconfiguración del rol estatal, las fuerzas represivas internas se encargan de recordarle cuál es la noción de orden que sostiene el ejecutivo.

Esta democracia restringida, que reduce el campo de lo deliberable a las pocas temáticas que no pongan en discusión el libre funcionamiento de los mercados, no parece incomodar a los representantes de los sectores del capital concentrado que conforman la clase dominante de nuestro país. El tradicional sector agroexportador, junto al resto de las fracciones del bloque dominante, constituyen una estructura conformada por bloques de dominación yuxtapuestos que presentan particulares relatos y disputas de poder a su interior y entre ellos. El único hilo conductor que los articula es la búsqueda de la definitiva derrota de las expresiones políticas que han intentado, en contados momentos de la historia nacional, mejorar las condiciones de vida de las grandes mayorías.
El devenir conflictivo de esta configuración económica ha generado la morfología de la estructura social argentina actual que se presenta como una acumulación de capas heterogéneas con sus propias dinámicas de dominación y exclusión en el que las intervenciones estatales tienen cada vez menor incidencia. Las condiciones materiales de privación y sufrimiento que asolan a las grandes mayorías se explican por las particulares dinámicas de dominación de un capitalismo de acumulación financiera periférico que comenzó a gestarse hace 47 años. El ejercicio del poderío económico de las clases dominantes, escasamente disputado desde las políticas estatales en el periodo democrático más largo de la historia nacional, ha sido acompañado por un discurso hegemónico de demonización del Estado combinado por una apología del individuo emprendedor que no solo descree de la política, sino que detesta y rechaza cualquier tipo de intervención estatal que pretenda regular la escena pública. El discurso apologético de la “empresarialización” individual, tan eficazmente explotado en la propaganda electoral del partido gobernante, se sostiene en la transformación profunda e irreversible de la estructura social argentina que es el resultado de las formas fragmentadas y precarizadas de inserción al mercado de trabajo de millones de compatriotas.
Con el telón de fondo de esta configuración de la morfología social argentina propongo considerar que las particularidades del presidente y su equipo gobernante que hemos calificado de grotescas, es decir una serie de personajes excéntricos que parecerían inhabilitados para el ejercicio del poder, son –apelando a los aportes de Pierre Bourdieu– características del campo político en Argentina. Podría pensarse entonces que la presencia de estos personajes en las más altas esferas de los poderes públicos no es otra cosa que el devenir degradado del campo político que -desde la feta de salame en el sobre de votación de las elecciones legislativas de 2001- condensa las distintas vertientes de la antipolítica, el cuestionamiento al Estado y el desentendimiento con la democracia.
Es decir, alejándonos del excesivo individualismo presente en muchos intentos de comprensión de los fenómenos sociales, apoyarnos en la interpretación de las singularidades del personaje -grotesco- para entender las posiciones y lugares institucionales que componen la estructura del campo político en la Argentina. Si aceptáramos entonces este abordaje, nos acercaríamos a interpretar que ha sido el campo de la política como espacio particular del mundo social– el que “fue en busca” de un personaje que presenta características grotescas y que de manera explícita ha planteado su objetivo de destrucción del Estado.
Y entonces, lo disruptivo en las decisiones y acciones presidenciales está expresando una posición particular en la estructura del campo político cuyo derrotero se ha constituido en el último medio siglo de historia nacional. Dicho con otras palabras, hubiese sido inimaginable que un personaje como el actual presidente intentase ocupar alguna posición en el campo político en 1983 y menos aún la primera magistratura de la República. Las singularidades del individuo que ocupa la Presidencia de la Nación están expresando la degradación de la posición presidencial y de toda la estructura del campo político. Degradación que podría ser pensada en su dimensión de cooptación al servicio de los intereses de las clases dominantes nacionales y también, como contracara de lo anterior, en la dimensión que podría denominarse “impotencia democrática”. Es decir, a 41 años del regreso a las urnas, con la democracia no “se come, se cura y educa”. Un largo y sostenido derrotero de deterioro en las condiciones de vida “por abajo” y un incesante proceso de demonización estatal y de la política, “por arriba”, han devenido en las evidencias antiestatales y antipolíticas de la realidad nacional que constituye el sentido común que portan la mayoría de los individuos en nuestro presente nacional. Junto a estas dimensiones, la lógica de autonomización y alejamiento de los sufrimientos cotidianos por parte de la mayoría de la clase política termina de configurar las posiciones de rechazo a lo estatal y desentendimiento con el funcionamiento democrático que prevalece en buena parte de la ciudadanía.
Sin dejar de tener presente que el carácter “profético” de la campaña electoral del actual presidente fue posible debido a la profunda desestructuración de las condiciones de vida de las mayorías populares durante el periodo 2020-2023. La propuesta es interpretar la delegación ciudadana a un personaje que expresó en campaña y concreta en el ejercicio de su mandato sus ideas de destrucción de todo lo estatal, como el estado de las estructuras no visibles de sentimientos y opiniones que prevalecen en una buena parte de la sociedad argentina. Una estructura objetiva de visiones sobre el mundo social que ha sido modelada por los parámetros neoliberales en los últimos cuarenta años que fue al encuentro del personaje grotesco que mejor la representaba. Si esta explicación fuese plausible deberíamos continuar debatiendo sobre las condiciones que hicieron posible el surgimiento de estas posiciones en el campo político y no tanto sobre las particularidades del personaje que circunstancialmente está ocupando la misma. Lo que nos llevaría, además, a dedicarnos a debatir, perentoriamente, sobre las condiciones de posibilidad que hacen posible el acceso democrático y universal a los bienes materiales y simbólicos injustamente distribuidos antes que sea demasiado tarde.
