Santa Fe: 55,6%. Salta: 59,6%. Chaco: 52,2%. San Luis: 59,8%. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: 53,4 por ciento. La excepción en Jujuy: 68%. En lo que va de este 2025 electoral argentino, todos los gestos indican que la insatisfacción democrática encontró un modo muy efectivo de protesta. “Es injusto cargarle a la democracia tanta responsabilidad”, dice Pablo Salinas mientras mira los números de participación y en esta conversación con Tiempo resuena la máxima alfonsinista de comer, curar, educar.
Pablo es analista político y alerta desde hace meses sobre el desinterés manifiesto por las urnas en el país. Con el comicio para la Legislatura porteña todavía fresco, el politólogo elige no apurar conclusiones pero seguir con mucha atención las tendencias.
-¿Ves un vínculo entre la baja participación y la dispersión de candidatos en CABA?
-No, la dispersión de candidatos obedece a un sistema de partidos muy fragmentado, lo que los politólogos llamamos “pluralismo extremo”. En estas elecciones además de la variedad de fuerzas políticas se dio el caso de que hubo muchos candidatos nuevos. Esto debería haber sido un llamador del voto en cierta medida, ante la idea de la necesaria renovación dirigencial que la Ciudad (y el país) necesita. Entonces hay que buscar la explicación de la baja participación en otros factores. Menciono algunos que considero relevantes: insatisfacción democrática, desdoblamientos electorales masivos, el hecho de que haya sido una elección de medio término (siempre baja la participación electoral en relación a elecciones para cargos ejecutivos), el divorcio entre los dirigentes y la representación de soluciones a problemas de la vida cotidiana. Y, teniendo en cuenta los ausentismos de las seis elecciones que tuvimos hasta ahora en 2025, una luz de alarma para el sistema democrático: esta crisis de representación parece haber mutado del “voto bronca” a “soltar” el sistema. En términos de intensidad ciudadana, es un rasgo preocupante.

-¿Están totalmente relacionados los porcentajes de participación en CABA con los de las otras elecciones de 2025?
-Las elecciones provinciales y de la CABA tienen cada una de ellas su dinámica propia y en términos técnicos es un error establecer generalizaciones. Pero se advierte el hilo conductor de la baja concurrencia a votar. Esa regularidad es la que nos está llamando la atención a muchos analistas. Y a algunos nos preocupa, al menos en mi caso. A veces tenemos que hacer el esfuerzo de salir de las regularidades matemáticas o el exceso de amor por los datos e ir más profundo para pensar en términos de proceso qué es lo que está pasando.
Menos es menos
Pablo Salinas insiste en que es la política la que tiene que investigar qué aleja a tantos del cuarto oscuro. Circula en los ámbitos partidarios una certeza: mirá cómo estamos, no se le puede pedir nada a la gente. Incluso en el mileísmo, quienes parecieran tener más claro ese mandato popular de “no interrumpan”, forzaron durante el domingo pasado un intento de motivar a los porteños para ir a votar, a través de un anónimo y multitudinario disparo de SMS. «Andá a votar. Levantá el culo del sillón. El país te necesita. Tenés tiempo hasta las 18 horas. Buscate en el padrón», decía el texto que llegó a cientos de miles de porteños pero tampoco surtió efecto.
El festejo desaforado, a pleno pulmón, del presidente Milei, su hermana Karina y el vocero Manuel Adorni, junto a la propuesta de fusión trófica de La Libertad Avanza al PRO, no debería restarle importancia capital a que la fuerza que ganó la elección apenas recibió el respaldo del 15% de los votantes habilitados. Algo se rompió.
“Es necesario que los laboratorios de campaña hurguen en el ausentismo, inviertan en estudios cualitativos para entender qué lleva a los ciudadanos a soltar el sistema democrático, que en el caso de CABA quedó en una relación de casi cincuenta y cincuenta. Si bien es esperable (y deseable) que estos valores de baja concurrencia se moderen en la elección nacional de octubre, creo que la decisión ciudadana de no ir a votar llegó para quedarse un tiempo entre nosotros” dice.

-¿Te animás a trazar el alcance de ese soltar el sistema? ¿Es soltar la democracia?
-Tenemos que tener consolidados más datos para aventurar una conclusión, eso sería lo prudente y lo que marca la teoría. Pero si se mantuvieran estos niveles preocupantes de poca concurrencia podríamos estar ante un fenómeno ciudadano de “no cuenten conmigo, déjenme en paz”, que siempre es una mala noticia para el andamiaje institucional democrático. Nuestro régimen político se apalanca a nivel mundial en una ciudadanía comprometida con sus derechos y obligaciones. En países como Argentina, votar es una obligación. Por lo tanto, lo primero que advertimos, si esto se consolida, es que ingresamos a un terreno de ciudadanía de baja intensidad, ergo, democracia también de baja intensidad. Así como en 2001 atravesamos un período turbulento que tuvo como señal de alerta el “que se vayan todos” y el “voto bronca”, ahora parece que el tablero nos marca una falla: la democracia no solo no me representa, tampoco soluciona mis problemas y, por lo tanto, no me interesa. Es injusto cargarle a la democracia tanta responsabilidad, no fue creada para eso. Pero es el mecanismo que tienen los votantes de exponer que temas como Ficha Limpia (abstracto y árido como pocos) o contratos morales no representan sus dificultades de la cotidianeidad, algo que los representantes parecen deliberadamente evitar abordar.
-¿Argentina comienza a parecerse a otros países de la región o a otras democracias sin voto obligatorio en términos de participación?
-En América Latina tampoco hay uniformidad: hay países que establecen la obligatoriedad como México o Paraguay que tienen elevados abstencionismos, pero la contraparte son Perú y Uruguay, donde la concurrencia a las urnas es muy masiva.