“…el producto más importante del sistema económico es el hombre mismo…” (Julio H. G. Olivera, 1973)
El Papa Francisco encarnó aspectos esenciales de la ciencia económica: la ética como condición de posibilidad para constituir el lazo social o la vida comunitaria y, por lo tanto, requisito previo a toda organización económica. La doctrina que se busca imponer desde el gobierno de nuestro país es opuesta a esa idea, porque sus medidas erosionan los lazos sociales.
También es una cuestión ética exhibir la distancia irreductible entre la perspectiva de la ciencia y aquella que descansa en slogans y falsedades, tarea que concierne a todos los actores que inciden en la opinión pública y política. Pregonar la malignidad que encarna el Estado debe contraponerse a la estatalidad existente. Según datos de Eurostat, el gasto público en los países del euro, —integrado por algunos de los más ricos del mundo— alcanzó el 46% del PBI. En USA, el gasto público —que en 1929 presentaba un 11% del PIB (Estado mínimo)— se triplicó y actualmente es del 35%.
La experiencia internacional muestra, entonces, que el Estado desempeña un papel significativo en la provisión de seguridad social y bienes públicos (Estado de bienestar). Aun cuando en nuestro país hasta 2023, el gasto público (41% del PIB) fuera ineficiente y/o de mala calidad, se llevaron adelante programas de vacunación, de financiamiento científico-universitario y obras públicas indispensables, como mantenimiento de rutas, etc., los cuales resolvían problemas específicos de la población, y que ahora sucumbieron al ajuste.
Por otra parte, las interpretaciones sobre la coyuntura económica nacional poseen dos rasgos comunes ampliamente compartidos: la macro está bien y la oposición no posee un plan alternativo o, peor aún, no hay alternativas. Las consideraciones sobre la coyuntura económica recorren, sin mayores cuestionamientos, diversos espacios de la opinión pública, en un arco que va desde los apoyos incondicionales al gobierno hasta quienes advierten sobre el atraso cambiario o que “la gente no llega a fin de mes”. Notemos que, además de la extrema simplificación, la frase “la macro está bien” se presenta desprovista de aspectos ético- institucionales, lo cual es una concepción errónea de la ciencia económica.
En efecto, un requisito de una política antiinflacionaria es que no genere o intensifique otros desequilibrios, en particular, la desocupación. Así, por ejemplo, la Convertibilidad logró un exitoso resultado antiinflacionario a costa de tasas crecientes de desocupación (24/25% en 2002), así como un importante endeudamiento externo. Esa concepción sacrificial es similar a la que gobierna actualmente.
Por otra parte, cuando se experimentan altas tasas de inflación —en las cuales operan diversos y complejos procesos causales e inerciales— la solución que preserva la ocupación y los ingresos reales de asalariados, jubilados, etc., supone un componente político fundamental por ejemplo, la unidad (acuerdo) nacional, que permite atacar todas las causas y mecanismos inflacionarios, minimizando los daños sociales.
Al respecto, recordemos el famoso plan israelí de 1984, que, para enfrentar una situación cercana a la hiperinflación, se constituyó sobre la rotación de los dos partidos mayoritarios en un gobierno de cuatro años (dos cada uno), consensuando la articulación de componentes ortodoxos y heterodoxos, esto es, combinando ajustes presupuestarios, acuerdos de precios relativos (i.e., salario real), eliminación de componentes inerciales en los precios monetarios, etc. De manera que cualquier sistema de representación política y gobierno dispone de alternativas para evitar la desocupación y caída de ingresos que implica el ajuste ortodoxo, salvo que, en lugar de ciencia, se apele a creencias cuasi-religiosas y recetas prêt-à-porter. Por lo tanto, la macro tampoco está bien, y hay alternativas al violento ajuste deflacionario.
Como su nombre lo indica, la macroeconomía trata con los grandes agregados que determinan el volumen de empleo con una capacidad productiva determinada. Por ejemplo, según datos del INDEC, tomando como parámetro el año 2017, recién en 2022 se alcanzaría el mismo nivel de producción. Sin embargo, en 2023 el PBI cae un 1,6 % respecto a ese pico, y en 2024 la caída se profundiza hasta un 3,3 por ciento. Además, cuando la política económica de ajuste implica un shock como el implementado en diciembre de 2023, resulta imprescindible realizar un análisis sectorial.
Así, mientras el año pasado las exportaciones crecieron fuertemente (23%), el consumo privado cayó un 4,2% y la inversión en un 17,4%. Si observamos datos de 2023, las exportaciones bajaron un 2%, el consumo privado aumentó un 1%, y la inversión cayó un 2%.
Independientemente de la similar caída en el PBI, el 2023 fue un año más parejo y sectorialmente equilibrado que 2024. No olvidemos que en diciembre de 2023 hubo una devaluación del 120%, lo cual impactó en una inflación del 25,5% en ese mes y del 20,6% en el siguiente.
Cuando observamos los resultados sectoriales a diciembre de 2024, se registra una gran dispersión: los precios crecieron entre un 116% en vestimenta y calzado, y casi un 300% en vivienda, agua, etc., frente al 173% de incremento del nivel general del IPC. En cambio, el promedio anual del IPC a noviembre de 2023 fue del 160%, y la dispersión del 184% en alimentos y bebidas, y 130% en vivienda, agua, etc. Es decir, aquel shock devaluatorio con liberación de precios, impactó no sólo en el promedio, sino en fuertes desequilibrios sectoriales. Además, puesto que comparamos contra un año en el que sobrevino una fuerte sequía, claramente, la economía en 2024 se comportó notoriamente peor que la del 2023. Notemos de paso que durante el gobierno de Macri, la inversión cayó
en un 15%, mientras que—a pesar de la pandemia, la inflación internacional y la sequía que padeció el de Alberto Fernández— la inversión subió un 27%.
Considerado como el fundador de la Economía Política y progenitor del liberalismo económico, Adam Smith era un filósofo moral. Consideraba que los seres humanos se constituyen a través de la mediación valorativa de los otros, encarnada en usos, modos y costumbres, es decir, en las prácticas sociales.

Así también, sostenía que evitar el daño entre los miembros de las comunidades era un principio básico para, constituir la vida en sociedad, al punto que, aconseja que en lugar de gobernar cautivados por sistemas idealizados, los gobernantes deben optar por no ir más allá de lo que la gente puede soportar.
Ocurre que el imperativo moral implica el principio universal para todos, del mismo modo que lo hace en la ley positiva: si el insulto o la mentira se volvieran prácticas generalizadas, ya no funcionarían como opuestos del respeto o de la verdad, y se debilitarían las formas de integración comunitaria: los lazos con los otros que reclaman esa diferenciación.
Del mismo modo, el concepto de libertad en general y de libertad económica en particular, coincide con el Art.4° de la Declaración de Derechos de 1789: “La libertad consiste en hacer todo lo que no dañe al prójimo”. No se trata de cuestiones formales, sino que hacen a la esencia de todo sistema social, incluyendo el económico y, por lo tanto, la ciencia económica. La moralidad emerge de la relación con los otros, con la comunidad, el prójimo o el semejante e, inversamente, la ética funciona como condición de posibilidad de la vida socio-económica.
El proyecto de una segunda “Declaración de Derechos” presentado por Roosevelt en 1944, incluía la seguridad socioeconómica. Según sus palabras, “La verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad económica e independencia, los hombres necesitados no son hombres libres. Las personas que tienen hambre y están sin trabajo son el material del que están hechas las dictaduras” y, enseguida, “si la historia se repitiera y volviéramos a la llamada ‘normalidad’ de la década de 1920, es seguro que, aunque habremos conquistado a nuestros enemigos en los campos de batalla en el extranjero, habremos cedido al espíritu del fascismo aquí en casa.” Es decir, la democracia no puede descansar sólo en el sufragio.
Conviene comparar aquí con la visión de la libertad libertaria enunciada por Hayek, que emergería de un orden espontáneo en el que los seres humanos actúan entre ellos de acuerdo con su propia iniciativa. Las acciones de los agentes que participan en el proceso espontáneo son libres porque no están determinadas por ningún mandato específico, proceda este de un superior o de una autoridad pública, sólo están sujetas a leyes uniformemente aplicables a todos.
Esta definición le permitió distinguir la libertad individual respecto de la política, que sería una suerte de libertad colectiva relacionada con la participación de los hombres en la elección de su propio gobierno, en el proceso de la legislación y en el control de la administración (la democracia moderna). De allí que Hayek pudiera afirmar “la libre elección puede existir bajo una dictadura que pueda autolimitarse”, la cual en los hechos se efectivizó en su apoyo a Pinochet. Resulta paradojal que una dictadura no se asimile a mandatos específicos. Para Hayek, la falta de garantías del sistema democrático resulta peor que una dictadura que resguarde al mercado autorregulado, una utopía que oculta la realidad de las relaciones mercantil-capitalistas. Observemos que, presente en Adam Smith en la declaración de derechos francesa o en la propuesta por Roosevelt, el imperativo moral kantiano posee una segunda formulación: que los humanos nunca sean tratados como un mero medio para un fin.
La doctrina libertaria se pretende “superior” a toda legalidad —la consuetudinaria y también la positiva—, porque se basa en concepciones de un orden social y una libertad individual que prescinde de los fundamentos éticos con los que se forja la sociedad. El legado del Papa, por el contrario, nos recuerda que dicha normatividad se encarna en cada uno de nosotros, de manera que, en nuestro país, ningún juicio sobre la economía debe aceptar las mentiras, ilegalidades, posturas antidemocráticas e incoherencias económicas que sustentan la política del gobierno y sus adláteres.
La situación es de gruesos desequilibrios económicos y sociales, que se irán acrecentando en la medida en que no demos cuenta de tamañas imposturas que destruyen la relación entre el yo y el nosotros.
* El autor es Licenciado en Economía Política (Universidad de Buenos Aires). Magíster en Epistemología, Metodología e Historia de la Ciencia con mención honorífica (Universidad Nacional de Tres de Febrero).