Se lo habrán preguntado tantos norteamericanos: ¿por qué si militarizamos hasta nuestra mismísima capital federal, donde está la botonera del faro del mundo, no habremos de militarizar con nuestras propias tropas el territorio de los países ajenos que el presidente dice que ponen en peligro la seguridad nacional? En estos días de agosto el presidente respondió a los ingenuos e incondicionales que, por lo que parece, son franca mayoría en Estados Unidos. Donald Trump, ministros y funcionarios con cierta audiencia salieron en tropel, cuan aluvión zoológico, pisándose los talones los unos a los otros, dando forma al clima que permita justificar toda acción antidemocrática –bélica o inscripta en la diplomacia del chantaje–, como las que ya desangran a los pueblos de otras latitudes.
Seguir minando al ya debilitado Partido Demócrata castigando a las ciudades gobernadas por los suyos –primero Los Ángeles y ahora Washington– tiene un doble objetivo. Por un lado, incorporar las políticas del terror y romper el tímpano nacional con el taconeo militar. Por otro, ratificar la idea de que ir a la guerra, ya no sólo a través de intermediarios sino por mano propia, hace a la ostentación global de poder que “nos permite volver a ser América”, como decía el lema central de la campaña. Para avivar el clima intervencionista, y con los ojos puestos en Venezuela, se cumplieron tres etapas complementarias: se les dio el crédito de “organizaciones terroristas transnacionales” a los carteles de la droga, se inventó uno con sede en Caracas y se le adjudicó la jefatura del mismo al presidente Nicolás Maduro.

Para generar el ambiente propicio Trump apuntó en todas las direcciones. Ocupó el trono del poder mundial llevando a Vladimir Putin a negociar en suelo norteamericano sobre el futuro de Ucrania. Olvidó por un rato a la Europa que había humillado y condicionado tan pocos días antes. Dijo para el mercado interno, pero con segura repercusión global, que México y Canadá –sus dos únicas fronteras terrestres, sus dos socios en el tratado de libre comercio–“hacen lo que nosotros les decimos que hagan”. En este caso, a dónde dirige sus misiles provocando a México, cuando la relación bilateral es la mejor en mucho tiempo, con una Claudia Sheinbaum que en ocho meses de gobierno ha sido más colaborativa que su predecesor (Andrés Manuel López Obrador) en seis años.
El tema está planteado y la opción está sobre la mesa, como dicen los diplomáticos de Estados Unidos cuando se les pregunta si el Pentágono afila los dientes para intervenir en alguna región del mundo. Está tan sobre la mesa que los medios ligados al establishment lo citan sin tapujos cada día. The New York Times asegura que la orden de prepararse ya fue dada y que no se ahorrarán acciones en el combate contra los carteles (ahora organizaciones terroristas transnacionales) y sus líderes. The Wall Street Journal, la agencia AP y el multimedios Bloomberg dicen que en las operaciones serán por aire, por mar y por tierra. Otros aseguran que ya están operando las fuerzas especiales y las agencias de inteligencia.
El jefe de la diplomacia, Marco Rubio, evitó responder a una pregunta sobre si los marines y la flota intervendrán en América Latina. La agencia Reuter lo había asegurado, citando fuentes anónimas.
La versión indicaba el miércoles último que la Casa Blanca ya le había ordenado al Pentágono el despliegue de fuerzas aéreas y navales en el sur del Caribe, frente a Venezuela. “A la pregunta de si las fuerzas armadas intervendrán para perseguir a los narcos y sus redes, debo decir que existen grupos narcoterroristas identificados que operan en esa región, y algunos de ellos utilizan el espacio aéreo y las aguas internacionales para transportar veneno a EE UU”. Ese día, en Asunción de Paraguay, Rubio aseguró, sin pruebas, que “el cartel de Los Soles es venezolano y está liderado por Maduro”.
Todos van detrás de Momo, diría un súbdito del dios carnavalero cuando ve a los ministros principales –el canciller Marco Rubio o el de la Defensa, Pete Hegseth– repetir las mentiras generadas por el jefe cuando descalifica tanto a la alcaldía demócrata de la Washington ocupada por las tropas como al “bocatto di cardinale” de la Venezuela bolivariana. Dicen con Trump que Washington es una terrible cueva del delito, cuando no podrían ignorar que las cifras oficiales dicen otra cosa y que los altos índices de criminalidad no son tales. Trump y su comparsa hablan de un verdadero récord de homicidios de casi el doble del de “las ciudades más violentas” –Bogotá, México, Brasilia, Lima, París, Ottawa–, aunque el Ministerio de Justicia diga que Washington tiene la tasa más baja de los últimos 30 años.
En estos días de prepotencia sin límites, el norteamericano David Brooks recordó a George Carlin, un fino humorista político que poco antes de morir, en 2008, hizo la síntesis perfecta de la historia imperial hasta esos días. “Este país –dijo– está fundado sobre la doble moral, por esclavistas que querían ser libres y para ello mataron a un montón de ingleses blancos y así seguir siendo dueños de los africanos negros, para seguir aniquilando al resto del pueblo indígena rojo y avanzar hacia el oeste para robarse el resto de la tierra del pueblo mexicano moreno y hacerse de un lugar desde el cual desplegar sus armas nucleares para aventarlas sobre el pueblo japonés amarillo”.
El próximo capítulo podría ser el que empezó a escribir la procuradora general Pam Bondi cuando, sentada junto a Trump, definió a Maduro como “el más grande narcotraficante del mundo, una amenaza a nuestra seguridad nacional”.

La persecución a los migrantes llegó a la educación
Este año, el miércoles 13, tras el receso de verano, no hubo fiestita de bienvenida en las escuelas de Los Ángeles. El lunes 25 el cuadro se repetirá cuando le llegue a Washington el turno del reinicio escolar. En medio de la siembra del terror abierta con la persecución de inmigrantes, legales o ilegales, lo mismo da, y del acelerado proceso de militarización que tanto recuerda a los inicios de las dictaduras americanas del siglo pasado, niños y padres llegaron a sus colegios bajo el signo del pánico, espalda contra espalda, mirando con tres ojos por si las patrullas armadas redoblaban la cacería, justo ese día, justo en ese ámbito.
Aunque las medidas tomadas son inquietantes, no se puede decir que, dada la retórica del pasado reciente, hayan sorprendido del todo, dijeron casi como un calco los alcaldes de ambas ciudades. Les faltó agregar que con sus decires llenos de mentiras y odio Donald Trump diseña un nuevo modelo de convivencia. De cierta manera esas autoridades daban por sentado, como lo aseguró el presidente, que sus ciudades “están llenas de pandillas violentas y criminales sanguinarios, turbas errantes de jóvenes desenfrenados, drogadictos y gente sin casa a la que hay que limpiar, sea como sea”. Americanos y pobres, le faltó decir.
Estas atípicas vacaciones del 2025 estuvieron signadas por las violentas razias de agentes de migración y el pánico de que las escuelas se vuelvan, como todo sitio de trabajo, en blanco de la agresiva ofensiva ordenada por Trump en su carácter de comandante en jefe de la gran potencia, “faro de la libertad, rectora de las democracias del mundo”. Como con temor, la alcaldía de Los Ángeles invitó a la temible ICE a no realizar actividades de control en un radio de 200 metros de cada escuela, desde una hora antes del comienzo de las clases y hasta una hora después de su terminación.
“Los niños hambrientos, los niños con miedo, no pueden aprender nada”, dijo la alcaldía en un “comunicado a la población” en el que anunció medidas destinadas a proteger a los alumnos y a sus familias, incluyendo nuevos servicios y cambios en las rutas a recorrer por los transportes escolares. El distrito también distribuyó un paquete de “alerta a los padres” que incluye información sobre sus derechos, actualizaciones de contactos de emergencia y consejos sobre cómo designar a un cuidador suplente cuando alguno o los dos padres del menor sea detenido por agentes de la ICE.