Algún día se hará una película, una novela, una serie inspirada en una de las mayores mentiras de la historia argentina: la Causa Cuadernos. La forma en que está armada tiene los elementos necesarios para una pieza narrativa envolvente. Todo surgió de un elemento casi bizarro. El chofer Oscar Centeno anotaba en sus cuadernos los recorridos para que le paguen las horas porque era un remisero tercerizado por el gobierno nacional. Esas anotaciones luego fueron rellenadas con datos de un supuesto esquema de recaudación de sobornos que pagaban los empresarios que trabajaban en la obra pública. La pericia oficial confirmó que hubo otras manos escribiendo en la bitácora de viaje de Centeno.
Las irregularidades siguen: al principio los cuadernos no estaban. Había fotocopias. Luego aparecieron seis de ocho. Los dos que no se incorporaron al expediente son en los que estaba escrita la novela de Centeno. ¡Qué casualidad!
El punto central de la acusación son las declaraciones de los empresarios mencionados en los cuadernos. Fueron extorsionados para que se arrepintieran y declararan lo que el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio querían escuchar. El beneficio era evitar la cárcel. Gerardo Ferreyra de Electroingeniería contó esta operatoria ante la Cámara Federal. Estuvo preso más de un año y en la apelación dijo que Stornelli le había dicho cuando le tomó declaración que debía ayudarlo a encarcelar a los Kirchner para evitar la cárcel. Quizás por su historia (Ferreyra fue preso político de la dictadura), el dueño de Electroingeniería rechazó la extorsión y se bancó ir preso, a diferencia de los otros empresarios acostumbrados a vivir siempre entre algodones.
Stornelli y Bonadío no respetaron la Ley de Arrepentido que en su artículo 6 dice que las delaciones deben ser registradas en un instrumento técnico idóneo, en referencia a que deben ser filmadas. Ninguna quedó grabada. ¿Qué tenían que ocultar el fiscal y el juez? Esta es la clave de la trama. El verdadero delito al que está asistiendo el país es al de una causa armada en base a la extorsión. El delito fue cometido por funcionarios judiciales y cuenta con la complicidad de los grandes medios de comunicación. Por momentos resulta apabullante.
La operación tuvo desprendimientos, como ocurría durante la última dictadura militar. Hubo miembros del operativo que utilizaron el clima de época para hacer negocios. El espía Marcelo D’Alessio quiso extorsionar al empresario Pedro Etchebest pidiéndole plata a nombre de Stornelli. Etchebest se jugó por la verdad. Investigó a D’Alessio y destapó la olla de una asociación ilícita que se dedicaba al armado de causas penales. Como era previsible, el círculo se cerró sobre D’Alessio. Quedó como único culpable. Es lo que suele pasar con las investigaciones que se acercan al poder permanente.
El nivel de impunidad con el que se despliega la gran mentira de la Causa Cuadernos se parece a la forma en que el gobierno de George W. Bush justificó la invasión estadounidense a Irak. Hay una escena histórica: el moreno Colin Powel, secretario de Estado en 2003, habló ante el Senado de su país y mostró la foto satelital de un hangar como prueba de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. No encontraron una sola. Si una invasión que costó 500 mil vidas se basó en una mentira, ¿qué se puede esperar de la revancha de la derecha argentina contra Cristina?
Todo ocurre en un país en el nunca hay un empresario importante investigado por evasión de impuestos. Un país en el que, según el Instituto Wider, que depende de la ONU, se evaden más de 21 mil millones de dólares por año. Con eso se pagarían seis meses de jubilaciones; se construirían dos centrales nucleares similares al proyecto de Atucha III y sobrarían recursos. A veces, cuando hay operaciones de engaño como la Causa Cuadernos, hay que preguntarse qué delito se está tratando de encubrir al crear una distracción de semejante magnitud. «


