Se derrumbaba el gobierno de Fernando Affonso Collor de Mello. La historia oficial cuenta que el 2 de octubre de 1992 en la Penitenciaría de Carandiru (Caixa do Detenção São Paulo) se produjo una rebelión de presos. Las crónicas dicen, en cambio, que O massacre de Carandiru fue un descabezamiento de cúpulas narcos, que controlaban comandos desde prisión: 111 reclusos muertos por la Policía Militar de São Paulo, al comando del coronel Ubiratan Guimarães, luego condenado a 632 años de prisión por sus flagrantes actos. Era la mayor masacre en la historia brasileña. Dio origen a la fundación, en la cárcel, del Primeiro Comando da Capital (PCC).
Junio de 2020. La Corte Suprema determinó que las operaciones policiales en las favelas sólo fueran realizadas en casos excepcionales y bajo estrictos principios. Nunca se cumplió, menos esta semana. La letalidad policial en Río tiene antecedentes inadmisibles: en 2019, 1810 muertos, cinco por día. Se juega a diario la normalización de la violencia, traspasando límites morales, institucionales y políticos.
Mayo de 2021, plena pandemia. Jair Bolsonaro, en el Palácio do Planalto, recibió al gobernador de Río, Cláudio Bomfim de Castro e Silva. Al día siguiente la Policía Civil con 250 agentes, helicópteros y blindados incursionó en la villa de Jacarezinho, a cuadras del estadio Sao Januario: 27 muertos, un agente. Se llamó Operación Exceptis. Se la conoce como la masacre de Jacarezinho.
El Complexo do Alemão abarca 15 asentamientos, tiene 62 mil habitantes y está 5,5 km al norte. El Penha y el da Maré, algo más al norte, tan impenetrables, son aún más pobres. El último martes, el gobernador Castro, decidió movilizar a casi 3000 agentes para entrar a sangre y fuego. La Coordenadoria de Recursos Especiais (Core), un verdadero ejército. Vale una digresión: la ministra Patricia Bullrich suele liderar un grupo de diversas fuerzas que despliega unos 2200 efectivos para reprimir las protestas en Argentina. Una locura.
La historia es conocida: 121 muertos. Cuatro de ellos, agentes. Del centenar de órdenes de captura, ninguno, absolutamente, se refería a alguno de los muertos. Y no apresaron siquiera a uno de los cabecillas del Comando Vermelho. Edgar Alves de Andrade, alias «Doca», es buscado desde el 16 de septiembre de 2021 cuando asesinó en Quitungo, Brás de Pina, a André Lyra de Oliveira, y ocupó su puesto en el CV. Doca escapó dos horas antes de la Operación Contención. Daniel Afonso de Andrade, alias «Danado», tampoco fue hallado en su hogar fortificado, protegido por barricadas en Complexo Da Penha. ¿Hasta dónde llega la sempiterna complicidad policial con el CV y los otros comando narcos? ¿Y la del bolsonarismo?

Injerencias
A la mayoría de los muertos le hallaron disparos en la nuca. Lo constató Reimont Luiz Otoni, diputado de la comisión de DD HH. «Cláudio Castro asesino terrorista», reza una bandera colgada en la avenida Francisco Bicalho 300, ante la morgue de Río. Con Jair Bolsonaro preso y enfermo, Castro juega el futuro liderazgo reaccionario con el paulista Tarcísio de Freitas y con su actual mujer Michelle e hijos del expresidente. En especial con Flavio, que autoexiliado en Orlando, sin pudor, exhortó a Trump a bombardear a los narcos brasileños. Pero lo hizo diez días antes de este martes. ¿Un adelantado?
En semejante ensalada, el Castro carioca, tan remoto de los cubanos, alterna entre acusaciones y lealtades. Los últimos sondeos parten aguas entre quienes aprecian su decisión y quienes no creen que lo haya preparado por dos años. Entre quienes creen que fue «un éxito» (como proclama Castro) o una masacre, un exterminio cargado de represión indiscriminada, brutalidad, ejecuciones, excesos, teñido de lucha antinarcotráfico.
A propósito… Narcotráfico, extorsión, robo, sicariato. O intervencionismo.
El 2 de setiembre pasado, EE UU anunció el primer ataque contra una embarcación en el Caribe, ante la costa venezolana. El país que gobierna el chavismo: Maduro presidente. Desde entonces se cobró 15 embarcaciones y 61 vidas en 12 ataques. Una nueva etapa de su «guerra contra las drogas». El bocado que significa Venezuela para el Imperio no es nuevo y se ejemplifica en la recurrencia de títulos mediáticos del tipo: «EE UU debate una intervención militar en Venezuela y crece la presión sobre el régimen de Maduro».
Hace unas horas los drones yanquis realizaron el quinto ataque contra una lancha en el Pacífico oriental: mató a cuatro tripulantes. Ante la costa de Colombia. El país que, después de una vida de presidentes de derecha, gobierna Colombia Humana, vaya nombre, Gustavo Petro, presidente. Quien se enfrenta al imperio o banca a Palestina ante el exterminio israelí, por ejemplo. Otro cuco latinoamericano.
No se acalla la masacre de Río. Brasil, el país que gobierna el Partido dos Trabalhadores, en una encarnizada lucha con el recalcitrante bolsonarismo, avanzada de la ultraderecha golpista de la región. Sería redundante explayarse sobre lo que significa Lula para el norte dominante. Hace siete días, finalmente, mientras festejaba su cumpleaños número 80, se reunió con Trump: hablaron tête-à-tête. No se prosternó ante el estadounidense. No fue arrodillado a la Casa Blanca. Se vieron en Malasia y el brasileño se arropó luego en la Cumbre de Naciones del Sudeste Asiático. Regresaba el martes cuando se enteró de la masacre. Lo presionaron para que se subiera a la ola represiva. Aun cuando desde la izquierda brasileña le reclaman mayor firmeza, respondió: «El crimen organizado no se combate con matanzas, sino con medidas que descapitalicen a las bandas y golpeen sus estructuras financieras».
Lo había aplicado en la operación de agosto contra el Primeiro Comando da Capital, que laceró su red de venta de drogas, adulteración de combustibles y lavado. Los medios hegemónicos volvieron a azuzar a Lula porque se negó a decretar la Garantía de Orden Público que suplicaba Castro y sí promulgó una ley que busca atacar la estructura financiera de los grupos narcos y, a la vez, incrementar la protección de los agentes públicos que lo combaten.
Venezuela, Colombia, Brasil: “La ruta del mal”.
Nada es casualidad. Las teorías conspiratorias pueden ser disparatadas o concretas, según el ángulo de la información y sus grados de certezas. ¿Alguien duda que el Pentágono y el poder real en EE UU tienen proyectos bien planificados de dominación e intervencionismo militar, económico, social, mediático, etcétera, lo que cuaje según la época?

Maravilhosa
Celsinho da Vila Vinté no corrió la misma suerte que, ahora, su colegas Doca o Danado, que siguen tan prófugos como contentos. Tampoco que Álvaro Malaquias Santa Rosa, «Peixão», líder del Terceiro Comando Puro (TCP), controla el Complexo Israel. Está vinculado a las más influyentes iglesias evangelistas: se lo relaciona con ejecuciones, desapariciones, templos de Umbanda prohibidos…
No, Celsinho lideraba la facción Amigos dos Amigos (ADA) que controla (aún hoy), la Vila Vintém, en Padre Miguel, oeste de Río. Fue detenido el último 8 de mayo. Hace unas horas, Víctor Santos, el secretario de seguridad de Castro, admitió que en Río persiste un «estado de guerra» y que «Celsinho será entregado a las autoridades EE UU». Fue consultado sobre el por qué. Confesó sin pudor: «El objetivo es obtener el reconocimiento formal de los grupos criminales de Río como organizaciones narcoterroristas». Le faltó explicar: «Con la consecuencia de fortalecer la cooperación técnica, créditos blandos, capacitación de agentes, envío de tropas y participación abierta del SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication) en el rastreo y bloqueo de fondos sospechosos. En fin.
Si eso no es injerencia en asuntos internos, intervencionismo militar en la región, infiltración abierta del imperio en los gobiernos… Quién disimula el tufillo análogo a los planes de dominación históricos. Por caso, salvando tiempo y personajes, enemigos y procedimientos, objetivos y bandera. Hace medio siglo, el nefasto Plan Cóndor.
No, de ningún modo: cualquier parecido no es pura casualidad.


