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cuando el Milan dejó de soñar y cambió Copas por cálculos DEPORTES El Intransigente


El Milan atraviesa un presente oscuro que contrasta con la ilusión que generó la compra del club en agosto de 2022 por parte de RedBird Capital Partners. En aquel momento, la institución celebraba un Scudetto tras más de una década de sequía, y la promesa de un proyecto ambicioso con aroma a revolución parecía seducir a todos. Sin embargo, casi tres años después, la realidad es otra: eliminación de competencias europeas, hinchas furiosos y un modelo de gestión que colapsó estrepitosamente.

La ilusión se fue disipando cuando los nuevos dueños decidieron romper con el corazón del proyecto: Paolo Maldini. El ex capitán, pieza clave del resurgir deportivo, fue despedido junto a Ricky Massara, su socio en la dirección técnica. “Con dos o tres refuerzos importantes se puede competir en Champions”, había anticipado Maldini tras levantar el título. La respuesta de la dirigencia fue ignorarlo y terminar vendiendo a figuras claves como Sandro Tonali, ídolo de la hinchada, al Newcastle por unos cincuenta millones de euros.

El fracaso del modelo Moneyball

Inspirados por el método de selección estadística usado en el béisbol, Gerry Cardinale trajo al gurú Billy Beane al directorio del club. El objetivo era aplicar lógica de inversión y algoritmos para armar el plantel, dejando de lado la intuición futbolera. El modelo que funcionó en el Toulouse no tardó en hacer agua en el exigente contexto de la Serie A. La temporada 2024-2025 fue la peor en años: octavo puesto, 19 puntos por detrás del campeón Napoli, y sin cupo para competiciones europeas.

Los cambios en el banco tampoco ayudaron. Paulo Fonseca fue despedido a mitad de temporada y su reemplazante, Sergio Conceição, logró apenas una Supercopa menor. La eliminación rápida en Champions League selló el destino del equipo, cuyo rendimiento decepcionó a una hinchada acostumbrada a noches históricas en el viejo continente.

Estadio paralizado y deuda millonaria

Uno de los pilares del proyecto RedBird era la construcción de un nuevo estadio, alejado de un San Siro cada vez más deteriorado. Aunque se invirtieron cuarenta millones de euros en terrenos, el proyecto está frenado por la burocracia. Mientras tanto, el club acumula una deuda de cuatrocientos ochenta y nueve millones con Elliott Management, el fondo que vendió el Milan pero que aún mantiene garantías sobre casi el 100% de las acciones. Si RedBird no salda esa cifra antes de 2028, Elliott podría recuperar el control del club sin perder capital propio.

El panorama recuerda al caso de Yonghong Li, el empresario chino que en 2018 perdió el Milan tras no cumplir con los pagos pactados. Aquella historia parece repetirse bajo otro disfraz: promesas financieras vacías, proyectos detenidos y una gestión que prioriza la hoja de cálculo sobre la esencia futbolera.

Hinchas desencantados y jugadores valijas

La paciencia explotó el sábado pasado cuando la Curva Sud desplegó un impactante “Go Home” en dirección a Cardinale. Los hinchas abandonaron la tribuna a los 15 minutos del duelo ante Monza, dejando un mensaje claro. Aunque el Milan ganó 2 a 0, el resultado fue anecdótico: sin Europa, sin ídolos y con figuras como Rafael Leão, Mike Maignan o Theo Hernández analizando ofertas para irse.

Giorgio Furlani, CEO del club, intentó calmar las aguas con un tibio mensaje: “Entre nuestros hinchas hay decepción, pesar, rabia y frustración, son sentimientos que también nosotros tenemos”. Pero sus palabras no bastaron para calmar a una hinchada que, tras celebrar en la Piazza Duomo hace apenas tres años, hoy llora la pérdida de un equipo con alma.

El contraste con el Inter y el final de una ilusión

Mientras el Inter llega a finales de Champions y se consolida como modelo de éxito, el Milan se hunde en su propia arrogancia dirigencial. En el Qatar Economic Forum, Cardinale dijo: “Ganar es aburrido”. Una frase que los hinchas milanistas jamás olvidarán. Hoy, el club que alguna vez dominó Europa con siete títulos continentales es gestionado como una empresa más, sin pasión, sin identidad y con un futuro incierto.

Para una institución con más de 100 años de historia y millones de hinchas en todo el mundo, el castigo es desmedido. El fútbol no se juega con fórmulas financieras. Se vive con el corazón.

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