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“¡ay, dios mío!” DEPORTES El Intransigente


Un silencio espeso cubría el salón principal del Norway Chess 2025 en Stavanger, hasta que Magnus Carlsen lo rompió con un golpe seco sobre la mesa. En ese instante, las piezas volaron y el mundo del ajedrez se estremeció: el número uno del ranking había sido vencido por Gukesh Dommaraju, el joven prodigio indio que hoy ostenta el título de campeón del mundo. El duelo, tenso desde el inicio, culminó con una reacción que dejó atónitos a jugadores, comentaristas y fanáticos por igual.

Carlsen, de 34 años, lideraba con autoridad una posición que los motores consideraban casi ganadora, con una ventaja equivalente a una torre completa. Había capturado un peón central crucial y dominaba con las negras en medio juego. Incluso, en un momento, se permitió hablar en el confesionario del torneo, confiado: “Me encuentro cómodo. Sé que Gukesh es ambicioso, espero que intente ganar en lugar de buscar tablas”. Pero la confianza se convirtió en exceso, y eso fue letal.

El error fatal y un gesto que recorrió el mundo

Los movimientos 44 y 52 fueron el principio del colapso. Apurado por el reloj y bajo presión emocional, Carlsen cometió dos imprecisiones que le abrieron la puerta a su rival. Con una concentración digna de un campeón, Gukesh resistió y contraatacó con precisión quirúrgica. El indio confesó que estuvo a punto de abandonar: “Pensé en rendirme, pero decidí hacer unos cuantos movimientos más… y hoy ocurrió algo único”.

El desenlace llegó en el movimiento 62. Al darse cuenta de que había dejado escapar la victoria y enfrentaba la derrota, Carlsen se levantó abruptamente, golpeó con fuerza la mesa y exclamó con frustración: “¡Ay, dios mío!”. Acto seguido, estrechó rápidamente la mano de su rival y abandonó el salón con el rostro descompuesto. La imagen del número uno perdiendo el control en su propia ciudad recorrió las redes como símbolo del impacto que tuvo el resultado.

Gukesh hizo historia ante su ídolo y el mundo lo celebra

La hazaña de Gukesh, apenas un adolescente, fue celebrada por el mundo ajedrecístico. Desde la gran maestra Tania Sachdev, quien lo describió como “un momento verdaderamente histórico”, hasta la legendaria Susan Polgar, que lo catalogó como “la mayor sorpresa del año”. La victoria, además, tuvo un condimento extra: se dio en el torneo más importante de Noruega y justo en Stavanger, la ciudad natal de Carlsen.

Más allá del golpe emocional, el joven campeón reconoció que el resultado no fue ideal en términos estéticos, pero sí inolvidable: “Tuve suerte, podría perder esta partida 99 veces de cada 100. Pero hoy se dio”, dijo con humildad. También se mostró comprensivo con la reacción de su rival: “Yo también he golpeado mesas alguna vez. No lo juzgo”.

Un traspié que no borra su reinado

A pesar del tropiezo, Carlsen continúa al frente de la clasificación general en el Norway Chess. Su dominio sigue vigente, pero esta derrota dejó una marca. Perder frente al nuevo campeón mundial, en su propia casa, y con una posición ampliamente favorable, no solo fue un golpe deportivo: fue una herida emocional.

La partida pasará a la historia no solo por el resultado, sino por el símbolo que representa. El trono tambaleó, el rey se enfureció, y el futuro del ajedrez sonrió. En Stavanger, el tablero habló con crudeza: el cambio generacional no solo es posible, ya es una realidad.



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