Politica

la huerta urbana como refugio alimentario


El concepto de soberanía alimentaria suena bien, pero lo mejor es ejercerla. No se necesitan grandes extensiones de tierra ni conocimientos inabordables. Basta con entrar a internet y separar la paja del trigo. La Argentina, a diferencia de la mayoría de los países europeos, y en línea con sus pares latinoamericanos, todavía tiene pequeños oasis atomizados en todo el territorio en donde los agrotóxicos y otros químicos no llegaron, y que las comunidades aledañas protegen, cultivan y mantienen.

Entre una virtual factoría de tomates idénticos con hidroponia y en invernadero climatizado, y una maceta de treinta centímetros con una planta de cherrys hay múltiples caminos intermedios, en donde intervienen la visión, la misión, la pasión y, claro está, el presupuesto. Cualquiera que haya hecho el ciclo, desde sembrar la semilla hasta cosechar el fruto, puede asegurar sin modestia que esa producción propia tiene mejor sabor que la que viene seleccionada e impoluta en impecables bandejas de plástico.

Además de la sanidad aparente y la presentación visual, la diferencia de costo entre una y otra es astronómica, así como lo poco que recibe el productor del precio que paga el consumidor final. Por eso los campesinos y huerteros agroecológicos pueden llegar al mercado con menores costos y precios accesibles. Ahorran en químicos para las plantas, producen sólo lo estacional y utilizan fletes de cercanía, ya que arman el mercado cerca de los cultivos.

Aunque hay en varias provincias y municipios de todo el país, el caso de los Mercados Bonaerenses que conectan a 2.000 productores con miles de consumidores sin intermediarios es un ejemplo. En pos de la seguridad alimentaria, el objetivo es que las personas accedan a alimentos saludables y nutritivos a un precio justo, y en los casos de escasez de recursos o vulnerabilidad, que el Estado nacional, provincial o municipal provea el acceso como lo manda la Constitución, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, la Convención sobre los Derechos del Niño, UNICEF, la OMS y, de paso, la solidaridad en un sentido sociológico o religioso.

La soberanía alimentaria va en paralelo, buscando hacer valer el derecho a la tierra para el cultivo de las comunidades rurales, sin la amenaza de los agrotóxicos rodeando la zona, y para los citadinos en qué medida se puede no depender en todo del mercado para proveerse de hortalizas, legumbres, frutos, aromáticas, frutas y medicinales por sus propios medios. En tiempos de ingresos recortados, además de un desafío es una necesidad, como cuando nacieron las huertas urbanas comunitarias en la Europa de posguerra. Además, tiene un componente terapéutico, permite socializar, crear comunidad, proteger el ambiente e intercambiar cosechas.

Un programa modelo con 30 años de historia

En Argentina las huertas se multiplicaron desde la crisis de los 1989, a través del programa Pro Huerta del INTA, que repartió semillas criollas, aves de corral y asistencia técnica para que los sectores más vulnerables armaran huertas urbanas de autoconsumo y comercializaran el excedente. Tres décadas después de su creación durante el mandato de Menem, como no contaban con una ley que las ampare, el gobierno de Milei cerró el programa en abril del año pasado y desde hace unos meses está desmantelando el instituto nacional.

El corte de esta política de acción social dejó sin trabajo a 40 técnicos y afectó a 630.000 huertas familiares, escolares y comunitarias en todo el territorio nacional, que recibían alrededor de 1 millón de kits de siembra por año, los que proporcionaban alimentos y nutrición a más de 3,5 millones de personas. También se establecieron más de 13.000 granjas agroecológicas y se proveyeron más de 200.000 aves para el sustento de las familias. Además, el Pro Huerta incluía proyectos especiales para el acceso al agua y tenía un enfoque educativo ambiental que llegaba a más de 2,5 millones de personas, lo que le valió el reconocimiento internacional.

«Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”, dijo el físico William Thomson Kelvin. No es casualidad que la motosierra sirve para talar árboles, no para sembrarlos. Si un organismo está sobredimensionado o tiene una dudosa administración, habrá denuncias para hacer y reformas que implementar, pero echar al personal, privatizar sus terrenos y edificios, desprestigiar su evolución y reducirlo a un ente para pocos poderosos no es una mejora.

En la Argentina urbana, solo el 4,6% de los hogares tiene una huerta o cría animales para el consumo de la familia (2,8% tiene una huerta, 0,6% cría animales, y 1,2% tiene ambas cosas). Esa es la conclusión de la nota de divulgación “Inseguridad alimentaria y autoproducción”, una encuesta de 2023 presentada el año pasado en el marco de un trabajo conjunto por el Observatorio de la Deuda Social Argentina y el Programa Sistemas Alimentarios Sostenibles de Fundación Alimentaris.

La autoproducción de alimentos es una práctica común en áreas rurales y periurbanas, donde las familias cultivan sus propios alimentos para consumo personal y para la venta local, sostienen los autores, Ianina Tuñón, Matías Maljar, Nicole Robert ​y Nazarena Bauso. Entre las prácticas que se registran en el país, se destacan las huertas familiares que se desarrollan en los patios y terrenos próximos de las viviendas donde se cultivan frutas y verduras, e incluso se crían animales pequeños como gallinas para obtener huevos. También, aclara el reporte, se reconocen emprendimientos comunitarios en torno al cultivo según la región del país. 

Autoproducción familiar de alimentos saludables

La agricultura urbana es menos frecuente pero cada vez se promueve más sobre todo en las generaciones más jóvenes (huertos comunitarios, jardines verticales) que se proponen tener consumos más saludables en los que los alimentos frescos y la sostenibilidad del ambiente son muy valorados.

Existe amplio consenso en torno a que la autoproducción de alimentos contribuye a la seguridad alimentaria de las familias y en particular en contextos de pobreza. Además, puede ser una fuente adicional de ingresos para aquellos que venden sus excedentes en mercados locales o directamente a consumidores, como ocurre en muchas ferias.

Si bien no se advierten diferencias significativas entre estratos sociales, es algo mayor en los hogares pobres y a medida que desciende el estrato social. Asimismo, es más probable en el interior del país y en el conurbano bonaerense que en CABA, aclaran los investigadores.

Es importante destacar que un tercio de los niños/as y adolescentes argentinos viven en hogares que experimentan inseguridad alimentaria total (32,2%), por no tener dinero suficiente para comprar los alimentos. Dentro de esta población se estima que 13,9% alcanza privaciones graves. ​Además, la inseguridad alimentaria aumenta entre los más pobres e indigentes, y a medida que los chicos/as son más grandes. ​

Si bien existen sistemas de protección como las transferencias de ingresos y los comedores escolares y comunitarios, es relevante preguntarse qué ocurre con los sistemas de fomento de la autoproducción de alimentos. ​Esa pregunta abierta en el citado estudio tuvo y tiene una respuesta oficial en el último año y medio: No hay plata. “No quieren achicar el Estado, quieren achicar la Argentina”, declaró hace poco el exdirector nacional del INTA Héctor Espina, poniendo de relieve el objetivo de fondo.

Las huertas urbanas bonaerenses, siguen

Por contraste, desde una visión política del rol del Estado, en la provincia de Buenos Aires, con la mayor cantidad de personas con inseguridad alimentaria aguda, y pese a la reiterada detracción de fondos del Gobierno nacional, continúan con su programa de producción familiar de alimentos Huertas Urbanas Bonaerenses. El 15 de abril se presentó la edición 2025, justo al cumplirse un año de que el Gobierno nacional suspendió el programa nacional en la materia.

En ese momento, el ministro de Desarrollo Agrario provincial Javier Rodríguez enfatizó: «El gobierno de Javier Milei destruyó al Programa Pro Huerta, que durante décadas llevó adelante el INTA con eficiencia y alcance federal. Frente a esta situación, la provincia de Buenos Aires considera fundamental redoblar los esfuerzos para fortalecer la producción local de alimentos y garantizar el acceso a productos frescos y saludables en los hogares bonaerenses».

Desde su cartera, que también impulsa los mercados directos del productor al consumidor, ofrecen apoyo a través de la entrega de plantines y capacitación agroecológica, con el objetivo de mejorar la seguridad alimentaria y fomentar el autoabastecimiento. El programa, que se desarrolla tanto en municipios adheridos como en instituciones y organizaciones con huertas comunitarias, busca potenciar el trabajo conjunto entre familias, organizaciones e instituciones.

También existen otros programas de diferente escala, como “Cosechando para mi Familia, la Huerta en Tu Hogar”, una iniciativa del Ministerio de Bioagroindustria de Córdoba, el programa “Ñande Huerta”, de la Municipalidad de Corrientes, que dicta talleres y entrega semillas, y la red de huertas urbanas neuquinas PRODA abiertas a la comunidad de la capital, Senillosa y Centenario, gestionadas por el Programa de Desarrollo Agroalimentario provincial. Morirse de hambre no es un derecho, y matar de hambre tampoco un deber.



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